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rificando aquel cuerpo elegido para ser modelo de :ip,ortificación. El P. Diego no sólo disimulaba sus dolores y trataba de ocultarlos bajo el velo de su gran humildad, sino que hacía lo posible por qui– tarles importancia. "Nunca se quejó", asegura otra de las religio– sas de la misma Clínica de San Antonio, y el P. Lojendio, S. J., que se confesó con el P. Diego por espacio de 22 años, afirma que lo que más le im– presionó siempre en su santo director, fue este qui– tar importancia a sus dolores. -"Cuando yo le preguntaba si se encontraba peor en su enfermedad, su contestación era siempre és– ta: "Mal... mal... Pero no he estado tan molesto co– mo otros días ... " Y al insistir el ilustre jesuíta: ~"Alguna vez ya le dolerá más ... " El P. Diego contestaba invariablemente: -"Sí, sí, algunas veces más ... , pero no crea V.... " --"En estas frases entrecortadas e incompletas -nos dice el P. Lojendio-veía yo la sublimidad de su espíritu de mortificación encubierto bajo la más sencilla y humilde de las resignaciones." Para el P. Diego nada de lo que se refería direc– tamente a su persona tenía importancia, incluso su terrible enfermedad. ¡ Sólo sabía preocuparse del bien de los demás, porque su caridad había nacido para derramarse como suave bálsamo sobre las pe– nas morales de todos olvidándose por completo de sí mismo! No es extraño; pues, que al preguntarle el médico que le operó por los dolores que nece- 22

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