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tencias. Hijo de su tiempo, vivió en toda su aus– teridad la regla y las costumbres que aprendió al ingresar en la Orden. Otra penitencia que los Capuchinos hacemos en comunidad es la disciplina varios días a la sema– na, y tan fielmente se cumple que, si el día de Na– vidad o cualquier otra fiesta solemne, coinciden con el día de la semana señalado para hacerla, no admite dispensa. El P. Diego jamás dejó de asistir a este acto ele Comunidad y no se contentaba con eso, sino que por su cuenta y en particular se imponía frecuen– temente este acto de n1ortificación. ¡Cuántas ve– ces, a altas horas de la noche, cuando él creta que sus novicios estaban clormidos, se le oía castigar du– ramente su cuerpo con prolongadas disciplinas! Era muy devoto de esta penitencia y a los novicios so– Ha imponérsela con frecuencia, aun por faltas in– significantes, no sólo para probarlos en la virtud, sino también para ejercitarlos en la mortificación. No contento con el uso de la disciplina, el P. Die– go usaba también con mucha frecuencia el cilicio, y, hasta nos inclinamos a pensar que le llevaba puesto diariamente, como parece deducirse de este dato. Al entrar en el coro hacía la postración, co– mo es costumbre, besando el suelo, pero al levan– tarse se le notaba que lo hacía con gran dificultad, como si algo le impidiese hacerlo libremente y era, sin duda, el dolor que le causaba el cilicio. Desde luego en la celebración de la Santa Misa siempre lo llevaba puesto. 18

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