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La observancia regular, ese cúmulo de actos con los que se teje la vida diaria del religioso, fue para el P. Diego algo sustancial, pues estaba plenamente convencido de que sin ella no podía haber verda– dera vida religiosa. Sus consejos, sus pláticas, y, sobre todo, su vida toda, fueron el mejor exponente de su pensamiento acerca de la observancia regu– lar. Por eso no debe extrañar que formase a sus no– v1c10s en este espíritu y que se esforzase con todo empeño por hacerles sentir esta importante ver– dad. Amante como ninguno de la austeridad capuchina la practicó y la enseñó a practicar aún en las co– sas más insignificantes. ¡ Cómo se recuerdan aún, con verdadera admiración, aquellas sus pláticas sencillas, torpemente pronunciadas, pero llenas de una fuerza de convicción que para sí quisieran los más grandes oradores! Su austeridad era impresionante. Sólo el verle causaba cierto estremecimiento y, por qué no de– cirlo, para los espíri_tus jóvenes de los novicios, cier– to reverencial temor. ,cuando hablaba de nuestra austeridad ele vida, lo cual era con mucha frecuencia, se le notaba cier– ta dureza unida a un inmenso deseo de que se conservase a toda costa, incluso la práctica de al– gunas costumbres que, espíritus menos fervorosos que el suyo, podrían considerar ridículas y trasno– chadas. 14
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