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El padre del P. Diego era en cambio más duro y seco. Su gran ambición, si así la podemos lla~ mar, era el trabajo. Gracias a sus continuos esfuer– zos, llegó a construir cuatro casas, dos de las cua– les vendió y las otras las disfrutan hoy sus here– deros. Llegó a tener dos parejas de bueyes para la labranza, lo cual supone un buen capital para aque– llos tiempos y en aquella región y todos los años mataba dos cerdos y una ternera para cecina y, cléspués de quedarse con lo necesario para el gas– to del año, vendía en el cercano pueblo de Bem– bibre toda clase de cereales. Hombre chapado a la antigua y con una forma– ción moral recta, recibida en sus años de semina– rista, no permitía que en su casa se dijese una palabra mal sonante. Cuando sE, enfadaba su inter– jección más fuerte era ésta: ¡Dios mí.o! El día 5 de enero de 1924 falleció en San Román este hombre de carácter enérgico y fe integérrima. Dios le purificó antes con una dolorosa enfermedad. Volviendo del monte con un carro de leña se rozó un dedo que se le gangrenó y le acarreó la muerte. Junto a su lecho estuvieron sus dos hijos, los dós religiosos; el P. Diego, capuchino, y el P. Teófilo, redentorista. Fue sin duda la última prueba de pre– dfüicción que Dios le concedió en este mundo: con– templar a sus dos hijos, que él vio salir con pena de casa, junto a su lecho de muerte. En cua:1to a la madre del P. Diego falleció el 15 de octubre del año siguiente como una verdadera santa. 9

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