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darle el último adiós y el testimonio más fervoroso de devociór.. Muchos lloraban como niños, y se les oía repetir: "Era un santo, era un santo." Algunos tocaron objetos religiosos a su cuerpo y, los más, pedían trozos del hábito para conservarlos como preciada reliquia. Muchos de sus dirigidos le acom– pañaron hasta el miRmo cementerio donde repo– san sus restos mortales esperando el día de la resurrecciór.·. La fama de santidad del bendito P. Diego no ha disminuído lo más mínimo, antes sigue en au– mento. Al año de su muerte hemos recogido los datos que ofrecemos en esta biografía, y podemos asegurar que el recuerdo del P. Diego sigue vivo en el corazón de sus numerosos dirigidos y de cuantos Je tratarors. Religiosos y seglares afirman unánimemente que fue un verdadero santo. Es más, creemos que, a medida que el tiempo pasa, la figura humilde· y amable del P. Diego se agi– ganta. Son muchas las cartas, notas, conversacio– nes, recuerdos, etc., que hemos recibido y todos están concordes er. asegurar que fue un santo. Pobre, humilde, amante de la oración y de la observancia regular, apóstol del confesionario, en una palabra, capuchino cien por cien, se nos pre– ser.ta hoy, más que nunca, como modelo perfecto a quien debemos imitar todos sus hermanos en religión, pero especialmente los que le tuvimos poi' Maestro y guía en los primeros años de nues– tra vida religiosa. A. M. D, G, 116
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