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nando · García Ortega y pedirle algún dato sobre la vida del P. Diego, sacando la cartera y ense– ñándonos una "foto" r.os dijo: "Esto es todo lo que puedo decir del P. Diego, que era un santo y como a tal le venero." Esta devoción hacia el P. Diego se manifestó in– finidad de veces por parte de los seglares en las atenciones de todo gécero que tuvieron con él en distintas ocasiones, pero, sobre todo, durante su larga enfermedad. El año 1941, cuando fué operado por primera vez en el Sanatorio Bilbaíno, y, últimamente, en la Policlínica de Sara Antonio, donde falleció santa– mente, todos los gastos fueron costeados por per– sonas devotas; inéluso la ropa interior que nece– sitó. "Bastaba decir que era para el P. Diego y todos se volcaban a dar cuanto necesitase", ase– gura el señor Ortega. Este aprecio de los seglares se vió más palpable aún durante los úl\imos días de su vida. Todos sus dirigidos querían verle ar.- .· tes de morir y recibir, al menos, su bendición. Varios recuerdan .emocionados la última palabra, el último gesto, la última bendición de su amado Padre. Pero cuando la fama de santidad en que le te– nían ere todo Bilbao se manifestó más emocionan– te fue ante sus despojos mortales. Expuesto el cadáver en el coro bajo, detrás del altar mayor, fueron incontables las personas de toda clase y condición social que pasaron por delante de él para 115

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