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Párroco de San Vicente, don Domingo Abona. "La impresión que a mí me dió siempre el Pa– dre Diego fue la de ur¡ santo", asegura la señora de González !barra. "No me extrañaría-dice el P. Lojendio, S. J.– que el día menos pensado Dios hiciera, por su in– tercesión, milagros. Yo he pasado ratos fuera del mundo con él. Como eso, no se ve." "Para mí era un santo y me encomiendo todos los días a él", añade el Excmo. Sr. D. Marauel Oráa, Duque de la Victoria. "Para todos era un santo", termina diciendo- el doctor Mújica. "Yo no acierto a rezar un Padrenuestro por él", nos dice emocionado uno de los religiosos que más le trataron. "Más bien le rezo como a un sar.to y le pongo por intercesor ante Dios, considerándole en el cielo, pues creo que el Señor le purificó bien en vida con tantas erafermedades como pasó en los últimos diecisiete años." Este mismo religioso, encargado de recoger las limosnas de los bienhechores, dice también: "L(,s seglares le tenían en mucha estima y confiaban mucho en sus oracior.es, y así me daban recuerdos para él y me encargaban le dijese rogase por ellos. Asimismo encargaban misas para que fueran ce– lebradas personalmente por él y para ello daban estipendios extraordinarios." En la policlínica de Sar.- Antonio, donde el Pa– dre Diego falleció, al entrevistarnos con D. Fer-

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