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XIII "Para mí el P. Diego era un verdadero santo." Así se expresa uno de los religiosos que más de enea le trataron er.: vida y en los últimos años de enfermedad. "Para mí es el religioso más perfecto que he co– nocido", añade otro. "Que el P. Diego era un hombre de Dios, es in– negable", termina diciendo un tercero. La fama de santidad, tanto dentro corno fuera del conver.to, que rodea al P. Diego, lejos de dis– minuir, aumenta de día en día. Son muchas las almas que se encomiendan a él y se hnbla de gra– cias atribuídas a su intercesión. Su vidn fue la cíe un hombre de Dios. Entregado por ,completo a la formación de los r:.ovicios y al apostolado del confesionario, practicó una vida intensa de ora– ción y mortificación, de humildad y pobreza, de aislamiento del mundo y de entrega absoluta en las manos de Dios. El mismo corssideraba como una gracia extraordinaria el que los Superiores le hubieran encomendado el cargo de Maestro de no– vicios "porque así se v_eía en la precisión de vivir siempre entre materias y ocupaciones totalmente sobrenaturales y de piedad". Para él el ser sarc~o era la única preocupación de su vida, y con fre- 112

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