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-matan a flechazos." Cuando impedido por sus acha– ques no pudo salir casi de la celda, no por eso se ·olvidó de ejercer su influencia en favor de las mi– siones, bien en los seglares que acudían a confe– sarse con él, bien en los religiosos que iban a vi– sitarle. Hablaba coro frecuencia de ello y sentía es– pecial interés por ello. Del P. Lojenclio son estas palabras: "En cierta ocasión me enseñó unas "fotos" dE: los - indios "motilones", con una infantilidad, cm·J una candidez..., que se veía a la legua que aquello le interesaba sobremanera y lo tenía muy dentro <lel corazón." Coro el hermano enfermero pasaba graneles ra– tos hablando de nuestras misiones, y le gustaba platicar largamente con los misioneros que pasn– ban por Bilbao, interesándose por todo lo que allá les pasaba. Cierto día el hermano enfermero, des-• pués de oírle hablar con gran er.·tusiasmo sobre las misiones, le preguntó: "Padre, en esta soledad de su celda ese será, sin duda, su campo ele apos– tolado preferido, ¿verdad?" A lo que el P. Diego contestó sencillamente: "Sí, hijo mío, sí." Durante su enfermedad, y cuando los dolores ·se hacían más irssoportables, se le oía repetir: "Dios mío, por los pecadores..., por las misiones..., por los misioneros... " Sin querer nos viene a la pluma el recuerdo del gran misionero capuchino Vble. P. José de Cara– bantes y de la Vble. Madre Agreda; dos almas ·fran- 110

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