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XII El P. Diego fue, durante toda su vida, un capu– chino de cuerpo entero. El mero hecho de elegir, siendo sacerdote, nuestra Orde1:·, con preferencia a otras, indica la gran veneración que la profesaba. Este afecto creció más y más a medida que vivió en ella y podemos decir que el amor a la Orden' donde profesó y murió fue una de las más caras tiusio– nes de su vida. Formador de juventudes, procuró hacerlo en el espíritu de austeridad, pobreza y ca– ridad que sor~ los distintivos de la Orden Capu– china y tal vez una de sus más profundas penas fué el ver, durante sus últimos años, la desapari– ción de ciertas austeridades y modos de ser que él conoció y recomendó, pero que, a causa de las cir– cunstancias de los tiempos, han tenido que ser mo– dificadas e incluso algunas desechadas para siem– pre. Pero si es verdad que esto· le entristeció algún tanto, también no es menos cierto que disfrutó con los triunfos conseguidos por algunos que fue– ron sus novicios ei: los distintos campos del sa– ber y del apostolado. Se interesaba como nadie por los trabajos de los religiosos de nuestra .provincia de Castilla y cuando sabía de alguno que había alcanzado o una dignidad eclesiástica o un puesto 104

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