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Al preguntarle yo: "¿Qué hace, Padre?" El me contestaba cor., sencillez: "Aquí estoy, hijo, re– zando." La oración era para él la principal ocupación y quería que sus novicios saliesen del noviciado con esta idea bien grabada en el alma. Y como salienl– do al paso de las dificultades que tal vez, sentiríar~ para hacerla a causa de los ministerios, les leía y comentaba estas palabras de las Constituciones que se refieren precisamente a los predicadores: "Y para que predicando a otros no se pierdan ellos, dejen de cuando en cuarcdo el bullicio de los pue– blos y vuélvanse a la soledad, donde con nuestro dulcísimo Salvador suban al monte de la santa oración y contemplación y er.: él estén hasta que, llenos de Dios, el Espíritu Santo les mueva a de– rramar sobre el mundo la gracia divina." ¡C'ómo gozaba el P. Diego comentando estas be– llísimas palabras en las que él veía el compendio de toda la vida interior del capuchino! Para ar:i– mar a sus jóvenes novicios les contaba casos con– cretos de religiosos conocidos por él que, habiendo llegado de viaje a un convento y no habiendo he– cho la hora de oraciór:: de comunidad, lo primero que habían hecho había sido ir al coro para cumplir con este piadoso ejercicio. Recordaba el ejemplo del Beato Diego, que, en medio de sus múltiples trabajos de predicación, solía hacer hasta ocho ho– ras de meditación todos los días, y, sobre todo, se hacía lenguas del famoso convento de Toro (Za- 102

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