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En cierta oc'asión, explicando la doble forma de contemplación que admiten los autores, una infu~ sa y otra adquirida, se le notó un especial gozo ial explicar la contemplación infusa, que él defendía, y abriendo un libro recién recibido exclamó muy contento: "Si estuviera aquí el autor de este li– bro ahora mismo le daba un abrazo." El libro era La evoli.ci6n Mística; el autor, el P. Juan' Arir.– tero, O. P. La contemplación era para él el fin de toda ora– ción. Orar sin contemplar a Dios lo consideraba poco menos que repetir mate~ialmente palabras sin sentido. Fue siempre poco rezador, es decir, poco amigo de oracior:es vocales, y prefería la sua– ve y tranquila contemplación del alma en Dios. De ahí su constante esfuerzo para conseguir de sus jóvenes novicios que contemplasen en su interior a Quien tan dentro estaba del alma, y la peni– tenc_:ia que más ponía a sus novicios era el rezo de rosarios de jaculatorias a fin de tenerles siempre ocupados en la santa presencia de Dios. Cierto día dijo en una conferencia: "Bei1dito, r.o sé qué tienen que hablar en los recreos. Todo el tiempo les parece poco; en cambio, nosotros, se refería a su socio el P. Vicemaestro, nos pasamos el recreo casi siempre en silencio porque r.o tene– mos de qué hablar." Ciertamente, el P. Diego tenía muy poco que hablar ,con los· hombres, porque tenía que hahl;ir mucho con Dios. Eran contadas las veces que asis- 1.00

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