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92 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA es una enorme coinciden tia oppositorum, el poema de Góngora es «la obra más expresiva del barroco europeo» 6 . La autoridad indiscutible de Dámaso Alonso obliga a reflexionar sobre las creaciones literarias de Góngora, acusadas por Menéndez Pelayo de «nihilismo literario». En su cobertura pudiera dar fundamento a este juicio. Pero en su interior bulle gigante, mejor que en ningún otro hispano, la gran pasión del siglo: unidad del cosmos dentro de los tremendos contrastes que anidan en su seno 7 . Otra corriente de gran significación literaria es el conceptismo de Fran– cisco de Quevedo y Baltasar Gracián. Respecto de Quevedo bien se puede afirmar que, si se cotejan dos grandes obras del barroco español, Las Sole– dades de Góngora y Los Sueños de Quevedo, el contraste entre las mismas es de tal relieve que parecen reflejar dos mundos mentales distintos, pese a que ambos genios sean contemporáneos. En Las Soledades la naturaleza se diluye en fantásticas suntuosidades, que en su llamativa magnificencia vie– nen a ser mero pretexto para el desfogue expresivo del poeta. Por el contra– rio, en Los Sueños no es la naturaleza sino el hombre el centro del interés. Pero no el hombre con aspiraciones al Infinito, sino el que se halla sumido en sus envilecedores defectos. Responde esta obra a lo que ha se llamado justa– mente el «desgarrón afectivo» de Quevedo 8 . Aspiraba éste, en verdad, a ver realizados los altos valores humanos. Advierte, con todo, que el hombre de su tiempo tiene muy de espaldas tales valores. De aquí su trágica amargura de desengañado con la que protesta de aquella situación en sus escritos. En la filosofía del estoicismo busca enton– ces apoyo a su pensar. Hasta llegar a ver en él el sistema que le hace patente las raíces ocultas de propia existencia. Su conceptismo viene a ser la réplica literaria de esta filosofía. Su laconismo exasperado y retorcido pretende poner al desnudo la mezquindad de quien traiciona sus altos deberes mora– les. Quevedo mira el mundo social que le rodea con ojo pesimista. Pero no se resigna a que siga siendo malo. Sus feroces diatribas que nos sumergen en lo profundo del infierno en uno de Los Sueños, titulado sarcásticamente Las zahurdas de Plutón, tienen la meta elevada de abrimos a un horizonte de virtud y de honradez 9 • En un cotejo con Góngora advertimos que Quevedo nos lleva del claros– curo incitante de la naturaleza, fiesta primaveral de la mente ligada al sen– tido, al mundo moral del hombre, con un claroscuro amargo y repulsivo en su macabra grandeza. Cúan lejos nos hallamos -y da gran pena- de las 6 Op. cit., pp. 413 y 418. 7 Dentro de su gran estima a Menéndez Pelayo es duro con éste por su desestima de Góngora cuando escribe: «La ceguedad para Góngora no es más que una, entre una larga serie de cegueras de nuestro crítico máximo» (p. 327). 8 En la op. cit. de Dámaso Alonso, titula uno de sus apartados: El desgarrón afectivo en la poesía de Quevedo (p. 529 ss.). 9 Para una ampliación: P. Laín Entralgo, 'La vida del hombre en la poesía de Quevedo', en La aventura de leer, Austral, Madrid 1956; Gonzalo Sobejano, Francisco de Quevedo. El escritor y la crítica, Ed. Taurus. Madrid 1978.

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