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EL BARROCO ESPAÑOL DENTRO DE LA CULTURA EUROPEA 101 En este clima tan favorable al despliegue del estoicismo los más serenos pensadores de esta época acuden al estoicismo en busca de un temple y en busca igualmente de unas lecciones de vida práctica para iluminar a los res– ponsables en aquellos momentos difíciles. Siguen esta vía P. Fernández de Navarrete, D. Saavedra Fajardo, J. Blázquez Mayoralgo, J. Baños de Ve– lasco, etc... Pero he aquí que es en este momento crucial cuando explícita– mente se hace referencia a Tácito, como es el caso de B. Alamas Barrientos. ¿Cómo interpretar esta incuestionable presencia de Tácito que ha dado pie para que se hable de «tacitismo» en el siglo XVII? Respondemos a esta pregunta con lo que hemos escrito hace unos años a propósito de este «tacitismo», ignorado por M. Menéndez Pelayo. Anotá– bamos en nuestro estudio que de las investigaciones recientes sobre el tema, como las de J. A Maravall, E. Tierno, H. Méchoulan y J. L Abellán se deduce que los escritores de nuestro barroco interpretan la historiografía de Tácito de modo muy distinto a como lo hace Menéndez Pelayo. Según los citados historiadores, los pensadores políticos de nuestro barroco -Alamos Ba– rrientos, Lancina, Saavedra Fajardo, etc.-veían en la obra historiográfica de Tácito una concesión a las exigencias de la razón política en aquel momento difícil de la vida nacional. Como la moral del éxito, la única aceptada por Maquiavelo, les parecía abominable, buscaron otro modelo humano que, sin el cinismo de Maquiavelo, enseñara el arte de gobernar según las exigencias de la dura lucha política. Es en este ambiente político del barroco cuando se manipula a Tácito como el sustituto parcial de Maquiavelo. Si se rechaza el radicalismo de la política de Maquiavelo, se busca igualmente respuesta a las inquietantes preguntas de un gobierno eficaz que afronte los problemas de la hora. Conscientes aquellos pensadores políticos de que no bastaban los ejemplos tomados de las Sagradas Letras, acudieron a la razón. Y vieron en Tácito al mejor representante de la misma. Un tacitismo naturalista pareció a tales pensadores el camino medio adecuado entre el inmoralismo maquia– vélico y las pías lecciones tomadas de los Libros Santos. Sin embargo, Menéndez Pelayo ignora esta declinación de nuestro barroco hacia un taci– tismo a medio camino de Maquiavelo. Cuando estudia o comenta al gran historiador romano, parece que nos hallamos al polo opuesto de todo maquiavelismo. Unas líneas más antimaquiavélicas que éstas no parece que puedan darse. Las trascribismos: «Toda iniquidad o tiranía, venga de arriba o de abajo, del César, del Senado o de los tributos, le parece a Tácito digna de execración.» Nada aquí de vía media entre Maquiavelo y la ética exigente. Menéndez Pelayo veía en el historiador romano al juez insobornable que dicta la histórica sentencia justiciera 266 i•. Pienso, desde mi perspectiva histórica, que esta visión de Tácito cuadra mejor con la moral estoica, tan relevante en los días del mismo y en los de nuestro barroco. No es de olvidar que en aquel ambiente histórico la moral 26 bis E. Rivera de Ventosa, 'Presencia en Menéndez Pelayo de la historiografía clásica y de la historiografía romántica'. en Menéndez Pe/ayo. Hacia una nueva imagen, Santander 1983, pp. 47-72.

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