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100 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA Proviene este estado insatisfactorio de que el pensamiento español de la Edad Moderna, no quiere en modo alguno renunciar a su sentido cristiano. Ni siquiera en política. Pero, como ve el ambiente europeo saturado de las ideas de Maquiavelo, no pudo menos de enfrentarse con esta mentalidad. ¿Se podía ceder ante el maquiavelismo? Pero, ¿es que no lo exigía la eficacia política de aquel momento histórico? Evidentemente fue necesario llegar a un compromiso con el maquiave– lismo si no se quería quedar al margen de la marcha de la historia. Pero lo cierto es que al intentar decir en qué consistió lo esencial del compromiso hispano con el maquiavelismo los historiadores tienen opiniones muy dispa– res. Obviamente exponemos aquí aquella a que nos han llevado nuestras largas reflexiones. Anotemos una vez más que el español del siglo XVII vivía intensamente el «más allá» y juntamente el «más acá» en su existencia diaria. El «más allá» le incitaba plenamente a vivirlo su religión cristiana, sentida en una unidad de fe y de culto. Pero, ¿cómo aplicar su cristianismo al «más acá» en un ambiente internacional de política secularizada? He aquí el gran problema para el pensador hispano. Ante él se siente profundamente perplejo, pues no puede dejar a trasmano su Cristianismo. Pero éste, por otra parte, le parece ya insuficiente en la lucha política. Subrayo la partícula ya, porque anteriormente los españoles del siglo XVI fueron decididamente hostiles al maquiavelismo por creerlo totalmente opuesto a su concepción cristiana de la vida. Culmina este historial antimaquiavélico en la obra de P. Rivadeneira. Su contenido esencial se halla en el título Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Príncipe cristiano para conservar y gobernar sus estados. Nótese que lo escribe en 1595, todavía bajo la idea providencialista de que Dios nunca abandona al Príncipe que defiende la verdadera religión. Unos años más tarde, ya en la tercera década del XVII, F. de Quevedo escribe Política de Dios y gobierno de Cristo. Se mantiene la fe en la Provi– dencia. Pero los ojos de Quevedo ven que por doquier todo amenaza ruina en la gran monarquía hispana. Quevedo, entonces, como otros pensadores, intentaron aunar su Cristianismo con otra mentalidad que estuviera más en contacto con los problemas del tiempo y de la historia. Dos mentalidades tuvieron ante sí de las que asimilaron valiosos elementos: la mentalidad estoica y la del hoy llamado «tacitismo». Aquí es donde son más divergentes las interpretaciones de los historiadores. Por nuestra parte, sólo en atención a la opinión contraria que da extraor– dinaria importancia al «tacitismo» hemos distinguido esta corriente respecto del estoicismo. Pero pensamos que históricamente no hay motivo. Ya origi– nariamente, Tácito realiza su labor de historiador en un ambiente saturado de mentalidad estoica. Este ambiente tiene un acmé en el siglo XVII español, hasta poderse afirmar que el estoicismo registra en la época del barroco español un alza extraordinaria hasta llegar a ser el movimiento espiritual más importante de este período. No organiza, en verdad, su docencia en los centros oficiales de enseñanza sino que continúa la vieja tradición de esta escuela que buscó siempre influir más en la vida que en las cátedras.

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