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cana». Léase ateniamente lo que dice un teólogo dominico, ya citado, acerca del «valor teológico de la leyenda». Un teólogo no tiene miedo en afirmar que «donde falta la leyenda todo se va en interpretar y adaptar las constituc:ones. Si sólo tuviéra– mos la regla, Francisco carecería de actualidad» (p. 421). Otro teólogo, esla vez franciscano, no tiene miedo en afirmar que «en términos generales ni Jesús ni Francisco centraron sus preocu– paciones en la institución. En otras palabras: la Iglesia y la Or– den como instituciones históricas (no como comunidades de vi– da y de gracia) son fruto derivado y consecuencia de una expe– riencia de vida". Se podrá estar o no de acuerdo, pero Leonardo Boff, de quien son esas palabras, no tiene miedo en afirmar, ci– tando a otro gran teólogo (Ratzinger), que existe «el Francisco de la historia» y el «San Francisco de la fe», de la misma ma– nera que sostiene que su figura histórica está envuelta en teo– logía, de ahí la necesidad de una interpretación teológica de la historia y de tener en cuenta las interpretaciones dogmaticopas– torales de la Iglesia institución, situando el fenómeno francis– cano en un marco compatible con la ortodoxia católica. Esto es, creo yo, lo que se ventila, en la «cuestión franciscana». Conclui– das las precisiones históricas son los teólogos quienes la tienen que resolver. A la Iglesia y a la Orden Franciscana las salvó, una vez, la Teología. No sé por qué, en esta investigación fran– ciscana, se les hace tan poco caso a los teólogos o por qué a la teología no se le da un más amplio margen. Hay dos teólogos, que viven, que hicieron su tesis doctoral sobre la interpretación teológica del carisma franciscano (Ratzinger y Olegario G. de Cardedal). Por una extraña fatalidad todo intento de sistema– tizaci(m o de simple interpretación teológica del franciscanis– mo cae siempre en el vacío. Las fuentes terminan por descubrir que San Francisco estaba más cerca de la teología -y de la Biblia y de la Iglesia- de lo que parece a primera vista. Ter– minamos con una frase que parece desmesurada, pero es cier– ta: «Existe una franciscología, lo mismo que existe una cristo– logía» (L. Boff, ]cs11cristo y liberación del hon1hre, Madrid 1981, p. 545). 146

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