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2. Teología narrativa. Francisco era un laico. No pasó por una escuela monástica o clerical (especializada, se entiende). Quiern decir que no es un teólogo. No nos puede proporcionar un sistema de ideas acerca ele Dios, que pudiéramos llamar teolúgicas. Esto, sin embargo, se considera hoy como una suerte o mús bien como una provi– dencia. La falta de estudios especiales le permite a Francisco un acceso más directo a las f uentcs de la fe, sin conceptualizacio– nes preconcebidas. Teúkigos y cxégetas cstún sorprendidos de su precisión y claridad en los conceptos acerca ele Dios. Tiene una imagen precisa, muy concreta, de Dios. Sus expresiones son Ia– pidarizis. Prueba de ello es que muchas figuran en los tíLulos de los artículus que se escriben en las revistas. Aunque su inspira– ción es bíblica, y sin duda litúrgica y ecler:ial, Francisco sabe re– vestir su lenguaje acerca de Dio:; de un colorido muy personal. Se encuentran en sus escritos todos los nombres y atributos de Dios más caraclerísticos de la Biblia y del Evangelio. Pero ade– más Dios es el gran limosnero, Dios es inocente, amable, delei– table; Dios es belleza, es paciencia, es humildad. Casi con las mismas palabras se puede rcsa! lar su trascendencia e inmanen– cia, la iufinita distancia que s1:para a Dios <le sus criaturas -sólo Dios es, sólo Dios tiene, sólo Dios se descubre y dice, Dios no es medio de nada y para nada (Sebastiún López)- y el carác– Ler intimista de su personalísima concepción de Dios corno Pa– dre y de Cristo como hermano, esposo, amigo (Cf. E. Covi, ar– tículo citado, p. 30). De esta fundamental experiencia de Francisco arranca tam– bién su concepción antropológica y cosmológica. En un momen– to en que lo que se acentúa es la o.u!onornía del hombre y del mundo, se descubre, corno un signo muy positiYo para nuestro tiempo, la visión franciscana del hombre como criatura ontoló– gica y éticamente ligada con Dios en Cristo. Francisco no hace una teoría. Nos narra una expc~rit~ncia y ;.i] lrncerlo, poniendo en cada palabra, en c::tda gesto el alma y el corazón, alcanza una auten1icidad teológica. 3. San Francisco 120 es un místico. No es un místico al uso, es decir, un hombre que se esfuer– ce en sus escritos por describirnos su experiencia personal de Dios. Todo lo contrario. «Guárdamelo, pues yo soy un ladrón de tus tesoros)), decía cuando recibía algún don (2C 99). Y en la admonic.ión 28 dice: «Dichoso el siervo que guarda en su co- 139

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