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FILOSOFIA DEL LENGUAJE EN M. DE UNAMUNO 185 del misterio y volver de él, con un vislumbre de lo desconocido en los ojos, pocos como ese vasco meten su alma en lo más hondo del corazón de la vida y de la muerte. Su mística está llena de poesía, como la de Novalis. Su Pegaso, gima o relinohe, no anda entre lo miserable coti– diano, sino que se lanza siempre en vuelo de trascendencia» 39 • Ahora sin embargo, al margen de si Unamuno fue poeta y con qué peculiar característica lo fue, nos interesa conocer la mentalidad de éste sobre lo que es todo auténtico poeta. En estas dos líneas parece haber sintetizado su opinión: «El poeta es aquel a quien se le sale la carne de la costra, a quien le rezuma el alma. Y todos, cuando en horas de con– goja o de deleite nos rezuma, somos poetas» 4o. Como comentario a esta apretada sentencia ,leamos lo que escribe en otro pasaje: «Lo más grande que hay entre los hombres es un poeta, un poeta lírico, es decir, un ver– dadero poeta. Un poeta es un hombre que no guarda en su corazón secretos para Dios, y que, al cantar sus cuitas, sus temores, sus espe– ranzas y sus recuerdos, los monda y limpia de toda mentira. Sus cantos son tus cantos; son los míos» 4 1 • Este pasaje explica afirmaciones tan ponderativas como éstas: «El arte es la suprema verdad, la que se crea en fuerza de la fe. La poesía es eterna y fecunda» 4 2 . Dos paralelismos que establece Unamuno entre el poeta y el filósofo y el poeta y el santo sensibilizan la alta estima que Unamuno tenía del poeta por su capacidad creadora. El primer paralelismo lo expone en estos términos: «El poeta es el que nos da todo un mundo personalizado, el mundo entero hecho hombre, el verbo hecho mundo; el filósofo sólo nos da algo de esto en cuanto tenga de ,poeta, pues fuera de ello no discurre él, sino que discurren en él sus razones, o, mejor, sus palabras. Un sistema filosófico, si se le quita lo que tiene de poema, no es más que un desarrollo puramente verbal...» 43 . Es demasiado negativo el juicio que Unamuno emite aquí sobre la filosofía. Su irracionalismo, siempre a la base de su pensar, condiciona juicio tan adverso a la filosofía, sobre todo si ésta cristaliza en sistema, pura logomaquia vacía. Pero qué hondura adquiere el poeta en este contraste al decírsenos que la faena egregia del mismo consiste en darnos «el verbo hecho mundo». Si entre el poeta y el filósofo Unamuno vio oposición, contra el pensamiento de hoy día que tiende a acercarlos hasta mutuamente nece– sitarse, lo contrario acaece en el paralelismo entre el poeta y el santo. Entre estos Unamuno no sólo no ve contraste sino que llega a escribir: «Los más grandes santos (que) han sido los supremos poetas, por haber hecho de la vida poesía» 44 • En apoyo de su atrevida sentencia podía haber citado a un santo que le fue siempre dulce compañía en el recuerdo, ligado al remanso de paz de su «franciscano campo de San Francisco», por donde tantas veces se paseaba en esta su Salamanca. De este santo, el reconocido maestro de Unamuno, M. Menéndez Pelayo, emite el siguiente 39 Rubén Daría, 'Prólogo a Teresa de Unamuno', Obras Completas, VI, p. 553. 40 'Soledad', Obras Completas, I, p. 1256. 41 Op. cit., p. 1254. 42 Vida de Don Quijote y Sancho. Parte II, cap. XL, Obras Completas, III, p. 188. 43 '¡Plenitud de plenitudes y todo plenitud!', Obras Completas, I, p. 1178. 44 'Los naturales y los espirituales', Obras Completas, I, p. 1220.

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