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180 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA cubrirse, sino para cubrirse» 22 • Esta incapacidad para el hondo sentir y el claro expresar, tan difícil al español, según Unamuno, ¡pese a tener ejemplos tan preclaros como el de Teresa de Avila, es el muro de con– tención que cierra la mente humana a toda posible creación artística, a todo ascenso y descenso espiritual. El arte, en efecto, hace subir al espíritu hasta llegar a afirmar Unamuno que el arte es «escuela de la eterna endiosadora». Y es igualmente el arte quien hace que el Verbo, el divino y el humano, se vistan de carne. O en pañales de cariño materno, o en pañales de delicado lenguaje. Sólo, pues, el escritor que hace suyo el arte ,creador, posee la capacidad ascendente de endiosar, y la capaci– dad descendente de hacer que el verbo se sensibilice en un escrito 23 • De modo semejante razona Unamuno sobre el orador. Lamenta el que cuantos pasan entre nosotros por grandes oradores no sean más que meros abogados, profesión, según él, para secar las mejores crea– ciones poéticas. Con emocionante relieve contrapone la oratoria al uso con la sencilla y eterna oratoria del Evangelio. Dice de la primera que es «pura y sencillamente una oratoria esteparia, seca y árida, sin una flor ni ,una sola mata de verdura». En contraste con esta tan deleznable oratoria, confiesa Unamuno que hizo esta reflexión: «Y entonces pensé en cómo la más grande y la más duradera oratoria que conocemos, la del Evangelio, es enteramente poética. Los sermones de Jesús están divi– namente tejidos con metáforas, parábolas y paradojas. La metáfora, la parábola y la paradoja son los elementos didácticos de las enseñanzas orales del divino Maestro» 24 . Qué intuición ésta, tan genial y tan para ser recogida en este tiempo en que la palabra «hmnilía» se ha rpuesto, afortunadamente, en gran circulación. Pero la homilía sólo llenará cum– plidamente su gran misión, humanizante y divinizante, si, al ser pronun– ciada, rememora, no la aparatosa hojarasca, encubridora del alma, sino la sencillez evangélica que la pone al descubierto. Sólo al descubrirse el alma, su palabra adquiere potenciación creadora. Este contraste entre el lenguaje fútil y el lenguaje creador Unamuno lo muestra de modo aún más vivo en la contraposición que establece entre críticos y autores. Un caso excepcional es el de los cervantistas y el Quijote. Llevado una vez más de su pesimismo hacia aspectos im– portantes del pensar hispánico, subraya la incapacidad filosófica de nuestro pueblo junto con cierta incapacidad poética. Esto ha :motivado el que sobre el Quijote haya caído una muchedumbre de eruditos y perezosos espirituales, que constituye lo que se podría llamar la escuela de la Masora cervantista. Recuerda aquí Unamuno cómo los masoretas llegaron a contar cada una de las letras que componen las Sagradas Escrituras y cómo cada una de ellas se vincula a las otras. No creemos que Unamuno haga aquí justicia a la eximia labor de los masoretas en la fijación del texto saoro. De ellos vive todavía la actual exégesis bíblica. Pero al margen de esta cuestión que nos sale al paso, lo importante es anotar que Unamuno ve en los masoretas el anticipo de los cervantistas sin ingenio y sin talento, incapaces de penetrar en las entrañas del 22 'Ramplonería', Obras Completas, I, p. 1247. 23 'En torno al casticsimo. I. La tradición eterna', Obras Completas, I, p. 791. 24 'Poesía y oratoria', Obras Completas, I, p. 1280.
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