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178 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA un defecto que envanece a muchos rn. Contra esta lamentable invidencia anota que en un desarrollo orgánico de asimilación la lengua obtiene estas tres preciosas cualidades: precisión, fecundidad y libertad. Lamen– tando la carencia de la segunda, escribe: «El casteHano ha perdido fe– cundidad: casi ningún escritor se permite formar nuevos derivados den– tro de la índole del idioma, inventar voces nuevas, y cuando se permite uno hacerlo, valiera más se contuviese. Españoles hay que envidian esa facilidad de que gozan los alemanes en idear nuevos vocablos, y si aquí no se hace lo mismo, es en gran parte por ignorancia de la formación viva del léxico castellano» 11. Invención, creación de voces nuevas, pide aquí M. de Unamuno. Pero no a lo que salga sino según las exigencias de la formación viva del lenguaje, desarrollando el de hoy en la placenta de las matrices del de ayer. Así, en efecto, añadimos por nuestra parte, lo hicieron nuestros clásicos, sobre todo, nuestros místicos, geniales vi– dentes de la vida de las almas y geniales creadores del lenguaje apto a describir tan arcanas vivencias. Ulteriormente hace notar Unamuno que en la histórica evolución del lenguaje interviene un doble factor: el popular y el literario -culto, dicen los más-. De aquí el que muohos vocablos latinos tengan en cas– tellano dos representantes: el uno popular, que va rodando de boca en oído y de oído en boca, transformándose poco a poco dentro de ,la lengua hablada por el pueblo; el otro, representante del mismo vocablo, es el que trajeron más tarde los letrados, pasando del latín escrito a los libros, y por los ojos, no por los oídos, llegó al pueblo. Estos son los llamados dobletes, tan conocidos en estos y otros ejemplos: derecho y directo, tílde y título, hastío y fastidio, etc ... Los leoneses tienen muy presente que su bella plaza de San Isidro -nombre popular- se halla haciendo marco a la gran basílica de San Isidoro -nombre culto- 18 . Esta duplicidad Unamuno la siente muy al vivo en la· historia del teatro nacional de la que da esta iluminada perspectiva: «La vida toda del teatro español se concentra en el juego mutuo y la luoha entre el elemento popular y el erudito, lucha que acaba con el triunfo del primero, bien que modificado, y no poco, por el segundo. Cuando las dos tenden– cias se unen y el proceso docto informa al vulgar, tomando de él materia y alma, el drama sube en excelencia; pero siempre que los doctos se apartan del pueblo, caen ellos en el cultivo de las vaciedades muertas y el pueblo de recrearse con truculentos disparates». De un lado el man– darinato y del otro el populacho rn. En dos próceres geniales de nuestro teatro vio Unamuno confirmada esta perspectiva histórica: Lope de Vega y Calderón. Del primero escribe: «Nuestra dramática llegó a su ápice con Lope de Vega todopoderoso, poeta del Cielo y de la Tierra, ídolo del pueblo, héroe verdadero, arte él mismo, como se ha dicho, una fuerza natural, en cuanto lo es un pueblo, porque fue todo un pueblo». Muy otro es el juicio sobre Calderón, tra– sudando cultismo: «En Calderón, escribe, lo nacional domina a lo popular 16 'En torno al casticismo. I. La tradición eterna', Obras Completas, I, p. 791. 17 'La enseñanza del latín', Obras Completas, I, p. 884. 18 'La enseñanza del latín', Obras Completas, I, p. 885. 19 'La regeneración del teatro español', Obras Completas, I, p. 892.
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