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EN TORNO A LA PRETENSION INASEQUIBLE DEL LENGUAJE MISTICO... 173 mucho que se está escribiendo hoy sobre el lenguaje, intentamos enfrentarnos directamente con el uso que de él hizo este místico doctor. El citado filósofo H. Bergson nos introduce del lleno en estos círculos al des– cribir, casi en caricatura, el círculo con menor radio: el lenguaje usual y prag– mático. Observa que la función inicial del lenguaje es la de establecer una comunicación en vistas a una cooperación. De donde concluye: «Dans un cas comme dans l'autre la fonction est industrielle, commerciale, militaire, toujours sociale» 2 0. ¿No proclaman estas notas lo pobre que es el lenguaje en uso? Y sin embargo, este lenguaje en uso, el llamado por Bergson «toujours sociale» es, a la postre, el lenguaje firme y autorizado. Ya Horacio declaraba supremo tribu– nal del mismo el uso «quem penes arbitrium est et jus et norma loquendi» (Ars poetica, v. 72). Y el horaciano Menéndez Pelayo, cuando se suscitaban dispu– tas en la Real Academia sobre palabras y giros, juzgaba criterio decisivo el modo de hablar del pueblo, según reiteradamente escribe en su Epistolario. Pese a tener tanta autoridad este lenguaje se halla lastrado por una secular inercia. Es algo «hecho», «tout fait» en lenguaje bergsoniano, precedido por W. Humboldt, que lo calificaba como «érgon». Pero el lenguaje, según este filólogo alemán es ante todo «enérgia», es decir, virtud creadora en incesante movilidad. Y si en verdad no hay por qué negar al «vulgo» su porción en esta virtud crea– dora, es patente que los otros dos círculos de mayor radio la poseen en grado más eficaz. Son los círculos del lenguaje conceptual y del intuitivo. El conceptual linda en parte con el usual. Bergson los llega a identificar por ver el concepto tan sólo en su misión pragmática. En verdad, concuerdan ambos en su tendencia a la común y universal. Y también, en gran medida, a lo pragmático En los grandes ciclos de la prehistoria se habla de una era «paleolíti– ca», «neolítica», «del bronce», «del hierro» ... Y estamos viviendo en la era «ató– mica,,. ¿No es, por tanto, lo pragmático y efectivo el determinante de la vida humana? Así lo cree Bergson. Y por eso une el lenguaje usual y conceptual en su duro alegato contra el lenguaje pragmático. Pero el concepto es más, mucho más. Desde Nicolás de Cusa hasta Hegel se ha visto al concepto en un incesante laboreo para completar su radical limi– tación y deficiencia con otros conceptos que lo aclaran y precisan. Sin afirmar con Hegel que el concepto es la suprema claridad, ha sido, sin duda, un ger– men fecundo de todo proceso ascendente. Y por serlo, va recreando continua– mente el lenguaje. Se halla siempre en preñez de nuevas palabras. En el campo más sensible y humilde de la técnica nos vienen sonando, a cada paso, nuevas palabras que antes fueron conceptos técnicos en la mente de los inventores de artefactos: ferrocarril y automóvil, teléfono y telégrafo, radio y televisión, etc... En el campo de la filosofía acrece esta creatividad. Se advierte que todo gran sistema ha creado su propia terminología: Aristóteles y la Escolástica; Kant y Hegel. Y no digamos el caprichoso M. Heidegger. En torno nuestro hemos sentido felices creaciones del lenguaje conceptual. La Escuela de Madrid obtuvo un logro lingüístico ai verter el concepto 20 H. Bergson. La pensée et le mouvant. Oeuvres (édit. du Centenaire) p. 1321.

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