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170 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA hace ineludible la pregunta que terminamos de formular en el epígrafe de este apartado. Nuestro doctor no hace una reflexión detenida sobre el tema. Pero sí da múltiples referencias al mismo. Y esto por un doble motivo: para mostrar cuál sea la causa de por qué el lenguaje místico topa con lo inasequible; y para justificar por qué él escribe largamente sobre su vida mística, siendo consciente de la imposibilidad de declararla. Expongamos este doble motivo. Se hace necesario para comprender esta aparente antinomia del lenguaje místico san– juanista. En la más encumbrada de sus obras, Llama de amor viva, enuncia esta afir– mación que ya hemos transcrito. La volvemos a recordar por ser punto de par– tida de lo que vamos a decir en este apartado. Esta es la afirmación a que nos referimos. San Juan de la Cruz, después de manifestar su repugnancia a decla– rar las cuatro canciones, pórtico celeste de su libro, porque tratan cosas tan interiores y espirituales que faltan para ella lenguaje, escribe: «Lo espiritual excede al sentido y con dificultad se dice algo de la sustancia del espíritu» 14 . Nos enfrenta esta sentencia con el mundo dualista tal como lo entendió San Juan de la Cruz -y lo seguimos entendiendo nosotros-: materia-espíritu; lo espiritual-lo sensible. Hallar una escala para ascender del mundo sensible en que vivimos al mundo espiritual, en cuya cumbre se halla Dios, ha sido siempre una cuestión primaria para el pensar cristiano. Y muy sabido es que nuestros grandes pensadores no han coincidido en sus esfuerzos por resolverla. San Juan de la Cruz optó por la solución aristotélico-tomista, uno de cuyos goznes mentales fue el conocido principio: «Nihil est in inte/lectu quin prius fuerit in sensu». Y desde este esquema mental estructuró las fases de su proceso místi– co. ¿Su doctrina hubiera sido la misma si resonara desde el esquema agustinia– no-franciscano, quien con San Buenaventura completó el principio anterior con este otro: «Non omnis cognitio esta sensu»? 1 5. Dejamos para otra ocasión dar la respuesta a pregunta tan incitante. Y tan merecedora de ser respondida por calar en las sendas ocultas de la mejor espi– ritualidad cristiana. Ahora nos tenemos que atener a lo que San Juan de la Cruz pensó. No a lo que pudo pensar desde otro posible esquema. Desde su neto dualismo medita el santo en el persistente problema teológico que en este siglo E. Przywara adensó en esta fórmula: «Deus semper majar». Por serlo, otros teólogos llaman a Dios «infinita diferencia cualitativa», «lo total– mente otro». Durante siglos se cobijó el problema a la sombra de la llamada «theologia negativa», que halló en la partícula «hyper» del Corpus Dionysia– cum su expresión más incisiva. al preponer dicha partícula a los atributos con los que se nombra a Dios: bueno, hermoso, vida, sustancia, etc... Con ella se quería significar que Dios se halla sobre todo lo que es pensable. Con fórmulas más sencillas San Juan de la Cruz afirma que las mismas noti– cias que Dios comunica de sus atributos al alma, ésta no puede expresarlas sino 14 Llama... Prólogo. Obras... p. 1134. 15 Acotamos unas líneas de San Buenaventura que pone este problema al vivo: «Ex his patet responsio ad íllam quaestionem qua quaeritur utrum omnis cognitio sit a sensu. Dicendum quod non. Necessario enim oportet ponere quod anima novit Deum et seipsam et quae sunt in seipsa sine adminculo sensuum externorum... (In II Sen t.. d. 29. a.l.q.2. concl.: Opera Omnia (ed. Qua– racchi) II. p. 904 b.

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