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EN TORNO A LA PRETENS!ON INASEQUIBLE DEL LENGUA.JE MISTICO... 167 interrogantes que suscita el lenguaje místico de San Juan de la Cruz que de momento renunciamos a un estudio sintético, pese a la ayuda y respaldo de estudios anteriores. Aquí nos atenemos a proponer algunos de los muchos inte– rrogantes y de dar a los mismos una posible respuesta. l. PRETENSION INASEQUIBLE DEL LENGUAJE MISTICO COMO HECHO CONSTATADO. Una explicación elemental del lenguaje hace ver que en el mismo intervie– nen siempre estos tres elementos: el sujeto hablante, el oyente receptor y el contenido del mensaje. Una reflexión ulterior subraya que el sujeto hablante pretende hacer entender el mensaje del que se siente portador. El lenguaje mís– tico no es una excepción a esta ley primaria del lenguaje. Se dan ciertos casos excepcionales en los que el místico habla consigo mismo para desahogar su pecho y prolongar así el delicioso apenado vivir de su conciencia. Pero aun en estos casos aparece la dualidad del hablante y del oyente por el desdoble que hace de sí la conciencia. Y en el fondo de la misma podría leerse, si ello fuera posible, el mensaje en cuestión. Constatemos ulteriormente que en casi todos nuestros modos de hablar que– damos, bien que mal, satisfechos de habemos hecho comprender. Y esto. pese a la ingente cantidad de malos entendidos, los cuales han motivado que se haya podido decir que toda palabra es en sí, además de descubridora, también encu– bridora. Muchas limitaciones tiene, pues, nuestro lenguaje. Pero ha sido, casi exclusivamente el lenguaje místico el que ha confesado pública y reiterada– mente que su pretensión declarativa es en sí misma algo inasequible. En tesis categórica el lenguaje místico afirma de sí que no alcanza lo que con insistencia pretende: dar a entender los secretos del misticismo. Acaece, sin embargo, que los místicos no acatan la sentencia tan repetida de L. Wittgenstein: «De lo que no se puede hablar, mejor es callar». Al contra– rio; son todos ellos inagotables decidores. Nos consta sobre todo por lo mucho que han escrito. ¿A qué se debe tan abundoso hablar, que no parece caiga bajo la sentencia evangélica contra la palabra ociosa? De momento dejamos esta pregunta sin respuesta. Vendrá ésta por su pie. Ahora, como un anticipo a la misma, anotamos la reiterada afirmación de San Juan de la Cruz sobre dicha pretensión inasequible. En sus cuatro obras fundamentales la expone con detención. De ella damos los momentos cumbres que es menester tengamos presente en este proceso reflexivo. El primer pasaje que acotamos se halla en Subida al Monte Carmelo. El santo doctor distingue un doble género de noticias que comunica Dios al alma. «Unas, dice textualmente, acaecen al alma acerca del Creador, otras acerca de las criaturas». Respecto de las primeras escribe a nuestro propósito actual: «Acaecen estas noticias derechamente acerca de Dios, sintiendo (el alma) altísi– mamente de algún atributo de Dios, ahora de su omnipotencia, ahora de su fortaleza, ahora de su bondad y dulzura, etc.: y todas las veces que se siente, se pega en el alma aquello que se siente. Que por cuanto es pura contemplación, ve claro el alma que no hay cómo decir algo de ello. si no fuese decir algunos términos generales, que la abundancia del deleite y bien que allí sintieron les

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