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EN TORNO A LA PRETENSION INASEQUIBLE DEL LENGUAJE MISTICO... 181 sar. ¿ Y a quién conviene que dirijamos este júbilo sino al Dios inefable? Es ine– fable aquel del cual no es posible hablar. Y si no puedes hablar y no debes callar, ¿qué resta sino que te regocijes para que se alegre el corazón cantando sin palabras y no tenga límites de sílabas la amplitud del gozo?33. Los comentadores de San Juan de la Cruz -el P. Crisógono en primera fila- están acordes en que Llama de amor viva es un canto de alegría. Es un éxtasis de júbilo. Ahora bien; según termina de decirnos San Agustín, el júbilo, más que palabras, pide exclamaciones. Es la misión que señalan hoy los estilis– tas a la interjección. Expresa mucho pero dice poco. Desde la mimosa interjec– ción materna hasta la que profiere el hombre en sus horas de desgarro o en sus momentos de inmensa alegría es la interjección, breve en palabras pero carga– da de sentido, el resorte anímico para que el corazón se desahogue y se alivie. De aquí el fastidio de la interjección para quien no se halle inmerso en su clima de afectividad. La juzgará casi siempre exagerada. Ante esta reflexión el lenguaje afectivo de San Juan de la Cruz parece cobrar quilates. Con él nos invita a tomar parte en su fiesta jubilar. Para los que la comparten sus exclamaciones no serán lenguaje afectado, sino brasa encendida que va encendiendo en las almas el sacro fuego del divino amor. Dedicamos la última parte de nuestra reflexión al lenguaje ejemplarista de San Juan de la Cruz. Es también el P. Crisógono quien nos incita a ello. Y en esta ocasión nos toca en lo vivo al declarar que nadie, si no es el San Francisco de la leyenda, puede compararse con San Juan de la Cruz en su amor a la naturaleza dentro de una visión ejemplarista por la que la veía como reflejo o trasunto de Dios. Mas acaece que esta visión ejemplarista, metafísico-teológica, puede vivirse desde una doble perspectiva: «desde abajo» y «desde arriba». «Desde abajo» vivió intensamente San Agustín el ejemplarismo, iluminada– mente expuesto por él en la doble vertiente indicada, cuando en una página inolvidable de sus confesiones va preguntando a las criaturas por su Dios: a la tierra. al mar, a los abismos, a la cielo: sol, luna y estrellas... Y todas le van res– pondiendo: «No somos tu Dios. Sube más arriba)). Al fin se encara con todos los seres. Y le responden con gran voz: «El nos ha hecho)). Este vocerío creatu– ral lo comenta Agustín en esta frase intraducible, pero que traduce diáfanamen– te su ejemplarismo vivido «desde abajo)): «lnterrogatio mea intentio mea et responsio eorum species eorum))34_ De esta doctrina y vivencia agustinianas San Buenaventuta se hace un reso– nador en la Edad Media, cuando en su Itinerarium mentís in Deum describe el sendero para ir a Dios por sus huellas en las creaturas. Por brevedad acotamos unas líneas del encendido razonamiento con el que cierra el primer capítulo: «Luego, el que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego; el que con tantos clamores no se despierta, está mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer Principio, ese tal es necio)). Sus últimas palabras 33 Obras de San Agustín. XIX. Enarraciones sobre los salmos (Iº). B.A.C. Madrid 1964. Salmo 32. II. 8. p. 436. 34 Obras de San Agustín. II. Las Confesiones, ed. 5. BAC.. Madrid 1968, LX. 6. 9. p. 397.

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