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178 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA res. Acotamos un pasaje de Ortega y Gasset que debe ser objeto de serena crí– tica. Por su importada lo ponemos en cuadro: «Cualquiera teología me parece transmitimos mucha más cantidad de Dios, más atisbos y nociones sobre la divinidad, que todos los éxtasis juntos de todos los místicos juntos... La verdad es que, después de acompañarle en su viaje sublime, lo que logra comunicarnos es cosa de poca monta. Yo creo que el alma europea se halla próxima a una nueva experiencia de Dios, a nuevas averiguaciones sobre esa realidad, la más importante de todas. Pero dudo mucho que el enriquecimiento de nuestras ideas sobre lo divino venga por los caminos subterráneos de la mística y no por las vías luminosas del pensamiento discursivo. Teología y no éxtasis»27. Aquí en Salamanca he oído a teólogos ponderar este pasaje como histórica– mente certero. Otros, por el contrario, lo consideran un ataque frontal a la mís– tica. en primer término, a su máximo doctor. ¿Qué opinar sobre actitudes tan discordantes? Ante el texto orteguiano y después de ponderar las diversas moti– vaciones de mis doctos colegas he llegado a esta conclusión desde la historia de las ideas. Parece necesario distinguir en el texto de Ortega dos momentos muy distin– tos. El primero es un atestado de lo poco que han contribuido los místicos al enriquecimiento teológico, pues son muy pocas las nociones sobre la divinidad que a ellos les debemos. Y en esto Ortega tiene gran parte de razón. Acompa– ñarnos con gran ilsión al místico en su viaje sublime durante un largo trayecto. Pero al final del mismo nuestra teología no ha ganado mucho. En los tres libros que tengo sobre mi mesa de estudio: Bodas del Alma y La Piedra Brillante de Ruysbroeck, Obras de Juan Tauler y Obras de San Juan de la Cruz, no he aprendido tanta teología cuanta en tres cuestiones de la Summa Theologica en De Deo Uno o de Deo Trino. Pero ha sucedido que muy posiblemente haya abierto la Summa Theologica con el alma congelada y, pese al rescoldo que ha dejado en ella su santo autor, con el alma congelada la haya cerrado. Algo que no acaece con la lectura de los místicos. Abrasan casi siempre. Y nunca dejan indiferente a quien se halla a la escucha de las voces de lo eterno. Volvemos a toparnos aquí con la distinción entre lo Teológico y lo teologal. La Summa de Santo Tomás es una cúspide teológica por su iluminado pensa– miento dicursivo. Pero lo teologal sólo aparece en tenue trasfondo, que refleja el alma del santo doctor que la ha escrito. Lo contrario acaece con la lectura de San Juan de la Cruz. Prima en él lo teologal de las verdades dogmáticas, inten– samente vividas por su alma mística. Es esta vivencia incandescente de su alma lo que nos brinda es sus escritos. Llega Dios a hacerse presente. Y es esta pre– sencia la que canta San Juan de la Cruz. Y de maravillar cómo lo hace. Recor– demos la divina estrofa en que por dos veces menta esta presencia: 27 J. Ortega y Gasset. Estudios sobre el amor. 16 ed.. El Arquero. Rev. de Occidente, Madrid 1966. p. 109.
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