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EN TORNO A LA PRETENSION INASEQUIBLE DEL LENGUAJE MISTICO... 177 gono al estudiar los principios fundamentales, tanto filosóficos como teológicos, que el doctor ha utilizado en la estructuración científica de su obra. Mas sucede que mientras el autorizado historiador pondera el vigor intelectual del mismo al aplicar tales principios al proceso místico, parece necesario, a nuestro juicio. ver el problema en una doble proyección. Esta doble proyección nos la han hecho sentir muy vivamente las últimas obras de X. Zubiri. Me refiero a su dis– tinción entre lo teologal y lo teológico. En otros estudios ya he utilizado esta distinción para complejas cuestiones. De todo punto necesario juzgo que debo hacerlo aquí. Una anécdota viene a mi mente para aclarar esta distinción. Se dice que Santa Catalina de Siena caía en éxtasis al recordar una de las perfecciones divi– nas: la eternidad. Es muy comprensible que ante la tensa vivencia de la eterni– dad de Dios y la frágil caducidad de su existencia, ella cayera en un éxtasis de anonadamiento que la echara en los brazos potentes de su Dios eterno. En contraste con esta santa confieso con ingenuidad que nunca he tenido tal clase de éxtasis. Debo añadir que, al recuerdo de la eternidad divina, mi mente, más que entrar en tensión excitante, evocaría los tres éxtasis del tiempo, comenta– dos por Heidegger, pasado. presente y futuro. Y meditaría muy detenidamente cómo estos tres momentos del tiempo se insertan dentro de la eternidad, a la que Boecio definió como «interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio». Total: que la gran perfección divina de la eternidad motiva un arrebatado éxta– sis en santa Catalina. Y en mí, tan sólo una frígida meditación metafísica sobre las relaciones entre la eternidad y el tiempo. Me he permitido esa anécdota porque pone a la vista la necesidad, hoy muy imperiosa, de tener presente esta distinción entre lo teologal y lo teológico. Lo teologal se halla ligado a una tensa vivencia de un misterio de la fe. Lo teológi– co intenta realizar el lema histórico: Fides quarens intellectum. Es un razona– miento sobre un misterio dado. X. Zubiri ha puesto muy en relieve esta distin– ción. Viene a ser capital para comprender sus hondas reflexiones sobre Hombre y Dios. Juzgo que también es muy necesario tener en cuenta esta distinción al inter– pretar la doctrina de San Juan de la Cruz. Temo equivocarme. Pero ante la lec– tura y relectura de la obra del mismo he llegado a esta firme conclusión. El gran doctor místico, en lo que concierne a sus reflexiones teológicas, se atiene a lo recibido en las aulas universitarias, sin advertirse en él una tensión creadora 26 . Lo contrario hay que decir respecto de lo teologal. Al exponer sus vivencias teologales, tan altamente sentidas, es cuando es el doctor único: el doctor místi– co de la Iglesia Católica. Esta alta valoración de San Juan de la Cruz obliga a que se la confronte con la desestima de que ha sido objeto por parte de algunos de nuestros pensado- 26 P. Crisógono de Jesús Sacramentado. San Juan de la Cruz. su obra científica y su obra iitearía. Avila. 1929. l. pp. 75-124. F. Ruiz Salvador. Introducción a San Juan de la Cruz. B.A.C.. Madrid 1968. p. 283. acota de V. Capánaga una serie de concepms que utiliza el doctor para el análisis de sus experiencias. Pero no es el lagos. es !a vida mística que no se enriquece con ellos.

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