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176 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA guaje es uno de los excelsos dones del auténtico poeta. Pero muy de notar es que muchos de ellos no necesitan acudir, como Góngora y Quevedo, a contorsionar los vocablos corrientes o a inventar otros, abusando en acudir a las lenguas matri– ces. Les basta atenerse al lenguaje de la calle, al que dan un tinte que lo reanima hasta recrearlo. Un caso excepcional es el de G. Bécquer, al que comentamos para que aparezca más en relieve la recreación de San Juan de la Cruz. Todos supimos, ya de niños, cómo las golondrinas hacen y rehacen sus nidos. Pero al leer los conocidos versos de Bécquer. que trascribimos, sentimos correr un aire nuevo por esos vocablos, tan de todas las horas, pero que han sido recreados: «Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez en sus cristales / jugando llamarán... » ¿No nos trasladan estos versos desde nuestro mundo prosaico a otro de ingenuidad, viveza y jol– gorio? Se debe ello a que el lenguaje ha sido genialmente recreado hasta trocar una experiencia diaria en idilio grácil y novedoso. A parí vale este razonar para San Juan de la Cruz. También tuvo este don incomparable de recrear el lenguaje. Y esto en grado sumo. Su lenguaje, duro y fuerte como los labrantíos de su tierra, lo transforma en tierno y regalado, para que cumpla con su soficio de mediador, pues tiene que llevar a otras con– ciencias los ígneos deliquios de la suya. Entre tantos pasajes que se pudieran alegar en pro de lo dicho elijo la sen– gunda estrofa del Cántico: «Pastores, los que fuéredes / allá. por las majadas. al otero... » A cuantos hemos leído de jóvenes ia oda del poeta charro Gabriel y Galán, Los pastores de mí abuelo, los versos sanjuanistas nos evocan aquellos pastores de otros tiempos, cuyas zamarras encubrían «ingenuos corazones de oro viejo... ». Pero he aquí que el poeta campestre de Fontiveros transfigura a estos pastores noblotes y leales, en recia metáfora mística, que ilumina todo un panorama espiritual. Son estos pastores nada menos que lo mejor de nuestro ser. «Llamamos pastores, escribe el santo doctor, a sus deseos, afectos y gemi– dos, por cuanto ellos apacientan el alma de bienes espirituales». Prolonga la metáfora en el verso siguiente para decirnos que los pastores, trocados en ten– siones espirituales, se van por las majadas, es decir, por las jerarquías y coros de los ángeles hasta llegar al otero que es el mismo Dios. al cual se le llama aquí otero «por ser él suma alteza y porque en él, como en el otero, se otean y ven todas las cosas»25. ¿Puede darse un lenguaje más sencillo y usual, tan para ser entendido por un niño de catecismo? Y sin embargo, el doctor místico lo recrea hasta hacer de él un medio transparente para describir la temblorosa búsqueda del alma, que sale en pos del amado con la aspiración de llegar un día al divino goce de la unión con él. San Juan de la Cruz se ha servido de una palabra que ha purifi– cado en agua de sencillez y fervor. Con ella casi alcanza a decir plenamente lo indecible. La pretensión inasequible del lenguaje místico ya en parte viene a ser en él un logro. Nuestro juicio sintético ha sido más negativo respecto del lenguaje concep– tual de San Juan de la Cruz. Sobre el mismo escribió ampliamente el P. Crisó- 25 Cántico... Estrofa II. Obras... pp.922-923.

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