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174 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA «Er/ebnis» por «vivencia». Hoy se nos hace insustituible por su contenido y belleza eufónica. Desde A Machado nuestra mirada al «otro» tiene su fórmula abstracta en «otredad». En particular, X. Zubiri ha tenido un arrojo desafiante en la creación de neologismos. Evita extremismos a lo Heidegger. Pero no tiene reparo en crear nuevas palabras cuando lo juzga necesario. Mentamos un caso como ejemplo. De la palabra «verdad», tan entrañable a la filosofía, Zubiri deriva el verbo «verdadear». Lo usa con mesura, pero con decisión. En el cap. 8 de su obra Sobre la esencia este verbo se halla en el centro de su pensa– miento. Lo hacen patente estas expresiones: «Verdadero significa, pues. lo que «da» verdad: si se me permite la expresión, lo que «verdadea» en la intelec– ción»21. Dos páginas después vuelve a escribir: «Resulta que lo que verdadea en la intelección es la cosa misma en su índole propia» 22 . Hasta se permite utilizar el gerundio derivado de este mismo verbo en este pasaje: «Esta realidad es la que última y radicalmente está verdadeando en la intelección»23_ Manifiestamente nos hallamos muy lejos del lenguaje usual en estas creacio– nes lingüísticas. Y es que el concepto va por delante como fuerza inpulsora la «enérgeia» de W. Humboldt- en el hecho perenne de la creación y recrea– ción del lenguaje. Pensamos, con todo, que hay además otro círculo de radio mayor que el de los dos anteriores. Nos referimos al lenguaje que en la dualidad bergsoniana concepto-intuición tiene correspondencia con esta última. Por medio de él intentamos comunicar nuestra experiencia personal, tanto externa como inter– na. La lucha diaria que sentimos al escribir una carta de felicitación o de condo– lencia porque el papel se empeña en negarse a ser espejo de nuestra concien– cia, pone muy en claro cuánto dista lo que nos decimos a nosotros mismos y lo que, de modo minimizado, comunicamos a los demás. El contraste entre el len– guaje al uso, hecho para lo común y para lo universal y social nos viene a ser insuficiente para expresar lo que es único. Y es lo nuestro. De aquí que sea muy de notar en la marcha de este estudio que la pretensión inasequible del lenguaje místico la tenemos que anticipar ya al plano del lenguaje usual y con– ceptual incapaces uno y otro de transparentar nuestras más íntimas y mejores experiencias 24_ El arte literario nos habla muy alto de un tercer lenguaje, que intenta decla– rar lo singular. Pero sólo los grandes artistas tienen el don admirable de hacer patentes, en lo posible, sus estados de conciencia. Hemos gustado de este len– guaje leyendo a Santa Teresa. Una brisa que encanta transpiran sus escritos. Inaguantables para el gramático exigente porque la sintaxis queda muchas veces malparada, éste no advierte en su pedantismo que hasta las contorsiones 21 X. Zubiri. Sobre la esencia. Madrid 1963. p. 112. 22 Idem. o.cit., p.114. 23 Idem, o.cit.. p. 123. 24 La críiica literaria se ha polarizado hacia ios análisis estilísticos. Incomparables los de Dámaso Alonso sobre San Juan de la Cruz. tan presentes en mi estudio. También he tenido pre– sentes. entre otros: D. Alonso Carlos Bousoño. Seis calas en la expresión literaria española. Ed. Gredos. Madrid 1963. V. García de Diego. Lecciones de lingüística española. Ed. Gredas. Madrid 1966. (Muy instructivo para éste nuestro tema el cap. !: La afectiuidad en el lenguaje.)

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