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6 LOS MI!xISTROS DE LA ORDEN FRANCISCANA y en sus ministros no ve pecado, sino la presencia del Hijo de Dios que representan (cf. Test 8-10). Con el magisterio del ejemplo, sobre todo, Francisco convenció de que el Evangelio era practicable sin demasiadas interpretaciones aco– modaticias, y convenció no sólo a la masa de los creyentes sino tam– bién a los miembros de la curia romana, algunos de los cuales consi– deraban «cosa nueva y tan ardua, que sobrepujaba las fuerzas humanas» (LM 3, 9), la regla de vida evangélica propuesta por el Pobrecillo. la Virgen, madre del Hijo de Dios encarnado Francisco, enamorado apasionadamente de Cristo, alimenta un particular amor hacia Ma– ría, la madre de Jesús, porque ha hecho «her– mano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198) y «nos ha alcanzado la misericordia» (LM 9, 3). En ella, después de Cristo, ponía toda su confianza y, por lo mismo, la constituyó abogada suya y de los suyos (cf. LM 9, 3). En su honor cantaba particulares alabanzas, elevaba plegarias, rebosaba afectos de conmovedora intensidad (cf. 2 Cel 198). En su devoción cristocéntrica Francisco celebra la grandeza espi– ritual de María con apelativos realistas y llenos de amor (cf. SalVM; OfP Ant). Pasa noches enteras en oración «alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre» ( 1 Cel 24). Francisco indica también cómo el misterio de la maternidad divina de María puede renovarse continuamente en el corazón de cada cris– tiano: somos madre de Cristo «cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo mediante el amor y ... lo damos a la luz mediante las acciones santas, que deben resplandecer para ejemplo de los de– más» (2CtaF 53,; lCtaF I, 10). Francisco, obediente, pobre y casto, con Cristo y por Cristo Con la actituci religiosa de la obediencia cari– tativa, Francisco abre generosamente la propia vida a la palabra de Dios, a los superiores ecle– siásticos y de la propia orden, a los hermanos que el Señor le había dado llamándolos a la misma vocac10n, a todos los hombres, incluidos los no cristianos, a todos los animales, a la naturaleza entera (SalVir 14-18). Con la pobreza heroicamente testimoniada respecto a los bienes materiales y espirituales, Francisco afirma a Dios como el Bien abso– luto que tiene el primado en cada existencia frente a cualquier valor contingente. Con corazón puro y libre de todo sentimiento de poder

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