BCCCAP00000000000000000000408

C.\RTA \!ENSAJE: «HE CONCLUIDO \!I TAREA... » 5 piedad eucarística como fuerza motriz En la eucaristía, síntesis litúrgica del misterio de Dios humanado, es sobre todo donde Fran– cisco encuentra y ve «corporalmente» el cuer– po y la sangre del Altísimo (CtaCle 3-5). Y en la eucaristía es donde «el Señor Jesucristo col– ma a los presentes y a los ausentes que son dignos de él» (CtaO 32). Las oraciones de la misa y del oficio divino o liturgia de las horas, recitadas según el rito de la iglesia romana, constituían los momentos privilegiados de la formación cristiana permanente. También Francisco se sirvió de estos medios. Para él la misa no sólo era signo y alimento de la fe, sino también fuente primaria que alimenta la experiencia espiritual de la primitiva fraternidad. Sobre el don de la eucaristía el Pobrecillo insistió repetidamente en sus escritos y en su ministerio. Él mismo, convencido de que un cristiano es siempre un ser en deve– nir, no se cansaba de confrontarse con Dios en frecuentes y largos momentos de contemplación: «¿Quién eres tú ... quién soy yo?» (Flor, Cons. Ll. 3). Francisco reanimó a Cristo en el corazón de los fieles v aproximó el pueblo a la Iglesia Al aprobar el nuevo proyecto de vida evangé– lica, las autoridades eclesiásticas se demostra– ron favorables a las ideas religiosas de Fran– cisco, acogidas por papas, cardenales, obispos, etcétera, los cuales se persuadieron de que el Pobrecillo tenía el espíritu de Dios y de que su vocación provenía de Dios sólo (2 Cel 104). Por eso defendieron su estilo de vida y estimu– laron, con la palabra y con actos oficiales, su apostolado de anuncio evangélico traducido de forma más asequible al pueblo simple. Francisco, por su parte, se mostraba respetuoso y lleno de gran delicadeza, proveyéndose de antemano de su consentimiento para sus iniciativas. Incluso para la misa-pesebre de Greccio había obtenido el permiso de Honorio III. Por los méritos del Santo, que obraba siem– pre con fe y en plena comunión con la iglesia, en aquella celebración, «Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó» (1 Cel 86 ). De ese modo Francisco cooperó eficazmente a sustraer a la masa popular de la acción de los movimientos heréticos y a hacerla perma– necer en el redil de Cristo. Con su palabra ardiente y la elocuencia irresistible de su ejemplo, fortaleció a los vacilantes e inmunizó a los amantes de la novedad frente a las seducciones de los reformadores contemporáneos, quienes insistían a menudo más en la crítica demo– ledora que en propuestas constructivas. Muy diversa era la actitud del Santo de Asís, el cual ama a la jerarquía eclesiástica ya que en ella

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz