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CARTA vlENSAJE: «HE CONCLCIDO :\ll TAREA... » 3 I. « YO, FRANCISCO, HE CONCLUIDO MI TAREA» l. Lo QUE FRANCISCO HIZO POR Dros y POR LA IGLESIA «Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Sefwr» (2CtaF 2). el Dios del Evangelio: principio y fin Francisco reconoce en su Testamento, con cierta insistencia, que solamente Cristo lo guió por el camino de la verdadera plenitud humana revelándole su vocación eclesial y so– cial. Los ideales que le había ofrecido la familia burguesa y que le había propuesto la sociedad guerrera, lo habían desilusionado profundamente, haciendo madurar en él la convicción de que ninguna meta puramente humana podía responder en medida adecuada a las llamadas más íntimas de su corazón, ya por naturaleza generoso y abierto a grandes aspiraciones. Sólo cuando salió del mundo y comenzó a hacer penitencia (cf. Test 1 y 3), descubrió la pro– pia identidad y comprendió lo que debía hacer para sí y para los otros. Las relaciones, llenas de candor, que «como hombre nuevo» estableció con los hombres y con las cosas, fueron el fruto genuino de esta revelación de identidad debida a la iniciativa de Dios, principio del ser y del conocimiento, meta de toda existencia humana que vislumbra el propio destino último más allá de la historia y del tiempo presente. el Dios de la tradición familiar v eclesial vivido e1i clave personal Para Francisco, el objetivo supremo del itine– rario hacia la plenitud humana es el Dios Tri– nidad revelado por el Verbo hecho carne (cf. CtaO 50-52), el Dios bíblico de la tradición familiar, de la predicación y de la liturgia de su tiempo. Pero Francisco no fue un creyente pasivo, que recibe sin revivir. Su genio naturalmente vivaz y creativo lo llevó, por vía de contemplación, a hacer íntima y a leer en clave personal la imagen eclesial de Dios. En cierto sentido, la revisó a su propia medida y a la medida de su tiempo. Caían esquemas hermenéuticos que aparecían gastados y vacíos de significado para la época que estaba naciendo. No habiendo recibido una educación superior en los monjes y clérigos, entonces casi los únicos depositarios y transmisores de la cultura, Francisco acostumbraba admitir con humildad que era «ile– trado e inculto» (cf. Ctaü 39; Test 19; 1 Cel 120; 2 Cel 141 y 145; LM 6, 5; LP 10; EP 45). Provenía directamente de experiencias mun– danas y respiraba el clima del evangelismo laical, cuyas fricciones con la

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