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2 LOS \!TNTSTROS m: LA ORDEN FRA"<CISCANA «La verdadera piedad ... había llenado el corazón de Francisco. Esta piedad, por la del'Oció1z, lo remontaba hasta Dios; por la compasión, lo transformaba e¡¡ Cristo; por la condescendencia, lo inclinaba hacia el prójimo, y, por la reconciliación universal con cada una de las criaturas, lo retornaba al estado de inocencia» (LM 8, 1). Carísimos hermanos y hermanas de toda la familia fr~nciscana: el centenario: no una fecha que celebrar, sino un acontecimiento de fe que vivir El octavo centenario del nacimiento del padre y hermano san Francisco de Asís es, especial– mente para todos aquellos que se sienten hijos suyos espirituales, una gracia que debe esti- mular al rejuvenecimiento del ideal francis– cano en el que tantos han inspirado e inspiran su vida. Esta gracia correría el riesgo de perderse si la celebración del centenario se entendiese corno simple conmemoración académica de un feliz acontecimiento histórico pasado y no, ante todo, como un acontecimiento de fe y de salvación para toda la humanidad y, en primer lugar, para los franciscanos mismos. Ahora bien, tal cente– nario puede convertirse en momento de salvación sólo si es percibido como llamada imperiosa a una mayor toma de conciencia de ser seguidores de Francisco y a una voluntad renovada de obrar como verdaderos franciscanos. Toda la familia franciscana debe aparecer más claramente cual palabra viviente de Cristo, corno el Pobrecillo y sus primeros seguidores hicieron en el tiempo de los orígenes. La inminente celebración del octavo centenario hace un llama– miento a todos los hijos e hijas espirituales del Santo de Asís para que, también mediante una confrontación restauradora con las fuentes antiguas, presenten una renovada imagen suya carismática en la Igle– sia y en medio del mundo actual. De un testimonio más auténtico y más evidente dependerá luego la incidencia operativa en todos los niveles. Por tanto es necesario, sobre todo, volver a meditar sobre nuestra identidad y rejuvenecer nuestra imagen espiritual si queremos asegu– rarnos resultados positivos de nuestros esfuerzos. Es decir, si quere– mos contribuir a fermentar los proyectos actuales, humanos y ecle– siales; si el franciscanismo contemporáneo no quiere limitarse a ser un juicio de condena de nuestro tiempo y de sus males que lo corroen, sino ser sobre todo -en espíritu de diaconía- un signo de orientación clara y positiva, cuya credibilidad esté garantizada por las obras, más que por las palabras, de los mismos portadores del mensaje.

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