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30 LOS '.IUNISTROS DE LA ORDEN FRANCISCANA giosos, con su servicio a nivel doctrinal y apostólico, pero sobre todo en el empeño de ser coherentes con la vocación franciscana; las her– manas de vida contemplativa o activa, llamadas a una intimidad privilegiada con el Señor; los hermanos y las hermanas de la Orden Franciscana Seglar, elegidos por Dios er{ el mundo para manifestar su amor y caminar más expeditamente por las vías de la perfección cristiana. Y no sólo debemos recorrer los senderos más acreditados del espíritu, comunes a todos los que aspiran a las cumbres de la santidad evangélica, sino que debemos caracterizarnos según nuestro carisma que es el seguido y propuesto por Francisco de Asís. Esta configuración específica es precisamente lo que hace significativa en la Iglesia la presencia de múltiples expresiones de vida religiosa (cf. Per– Car 2b). Naturalmente, esto vale también en el ámbito del franciseanismo donde las numerosas familias, signo de prodigiosa vitalidad, son como otras tantas flores diversas en el jardín seráfico y todas, con su multi– forme irisación espiritual, contribuyen a la plenitud del carisma fran– ciscano, en un vivaz dinamismo de virtudes y de obras. A través de sus hijos e hijas, san Francisco continuará su misión entre los hombres de nuestra época, recorriendo los caminos del mundo como «Heraldo del gran Rey)}, para recordar a todos el amor que Dios tiene al hombre y a todas las criaturas (cf. Jn. 4, 16; Rom 5, 15-21; 8, 19-23 ). Él se sirve de todos nosotros los franciscano:1 globalmente considerados y, en particular, de cada una de nuestras órdenes o congregaciones, de cada comunidad, de cada persona indi– vidual, religioso, religiosa, seglar. Francisco de Asís, el hombre todo de Dios, espera mucho de aquellos que siguen su experiencia caris– mática. ¡No quiere ser defraudado por ninguno! Si todos nosotros, hijos espirituales del Pobrecillo, retornáramos al antiguo fervor de santidad y pusiésemos mano a la obra con espí– ritu evangélico, entonces cumpliríamos de veras la parte que nos corresponde en la historia de la salvación y contribuiríamos a hacer que todo el universo experimente más de cerca el dinamismo del mis– terio pascual (cf. Ef 1, 10; Hch 21, 1; GaudSpes 38-39). * * *

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