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ideal primitivo y atracción actual CARTA MENSAJE: «HE CONCLL'IDO !\H TAREA. 29 b) Si nosotros los franciscanos queremos ejercer en e1 mundo actual la fuerza de seduc– ción que caracterizó el tiempo de los orígenes y recobrar fuerzas con la afluencia de nume- rosas vocaciones, debemos meditar sobre nues– tra identidad y medirnos con el parámetro del ideal primitivo. La crisis actual y la disminución de perspectivas para el futuro, ¿no dependen acaso del vacío espiritual que congela a menudo nuestra vida y de nuestro conformismo con la sociedad de consumo? Se im– pone un severo examen de conciencia, hecho de tú a tú con san Fran– cisco ante el Crucificado, para devolver el sabor a la sal (cf. Mt 5, 13; Le 14, 34; Me 9, 50). producir frutos de conversión e) Para todos nosotros este centenario repre– senta un acontecimiento providencial que nos invita a reproponernos la pregunta del her– mano Maseo a san Francisco: « ¿Por qué a ti, por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte?» (Flor 10). ¿No es quizás porque el Santo de Asís supo dejar espacio a la acción de la gracia (cf. Flor 10) y renovar en sí el ideal evangélico? (cf. Flor 1). Francisco estaba acostumbrado a practicar todo lo que inculcaba y exigía a los otros, habiéndose primero de todo sometido él mismo a la misericordia divina v a la ley del amor. Por tal motivo podía afir– mar que no temía qu~ se le descubriera incoherente (cf. 1 Cel 36; LM 12, 8; TC 54). También hoy san Francisco está rodeado de inmensa simpatía y de profunda admiración. Pero la gente lo mira con pesar como un bien lejano e irremediablemente perdido. Esta actitud, bastante difun– dida, suena un poco a advertencia para todos los hijos y las hijas espirituales del Pobrecillo. A los ojos del hombre contemporáneo, nosotros no demostramos tal vez encarnar suficientemente los valores humanos y evangélicos de los que san Francisco fue un eximio portador para su tiempo. Pero el Santo de Asís no acepta sustituciones: él concluyó su tarea con extrema generosidad, sus seguidores deben afrontar la suya a la luz de Cristo. Francisco mismo lo puntualizó antes de abrazar a la her– mana muerte (cf. 2 Cel 214). Por consiguiente, todos debemos sentirnos gozosamente compro– metidos en la cantera incesante del reino de Dios: los hermanos reli-

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