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CARTA MENSAJE! «HE CONCLUIDO \!T T.\RL\ .. 25 fluencia de los carismas personales a servicio de los otros y del mun– do, la alegría de vivir juntos como otros tantos hermanos o hermanas, las recíprocas atenciones y delicadezas, el entusiasmo en el cumplir con fidelidad los propios deberes y en el realizar el propio trabajo, el espíritu de sacrificio gozosamente alimentado, etc., hacen de las fraternidades franciscanas una porción elegida de la iglesia terrena y una anticipación de la jubilosa asamblea celeste (cf. PerCar 15; Eccl– Sanctae 25; LumGen 44). San Francisco fue llamado seráfico por su amor ardiente; los pri– meros franciscanos eran un espectáculo edificante por la caridad que recíprocamente se demostraban (cf. 1 Cel 38 y 39; TC 11). La perfecta alegría animaba su presencia en los lugares religiosos en que moraban y hacía calurosamente vivos sus encuentros después de la ausencia. El espíritu de fraternidad y de colaboración debe ser particular– mente incrementado no sólo a nivel de comunidad local, sino también entre las diversas provincias de una misma orden o congregación y, además, entre todos los institutos franciscanos, cualquiera que sea su configuración jurídica. El ejemplo de san Francisco nos obliga a remachar todavía una vez más la necesidad de descender a lo práctico. Insistimos en decir que este programa, de amor mutuo y de colaboración efectiva, debe final– mente ser puesto en práctica sin demoras o pretextos de ningún nero. Y esto aun permaneciendo a salvo la propia identidad en la riqueza de la multiplicidad. Los aspectos positivos de un tal esfuerzo común compensarán ampliamente todo sacrificio y el Señor bendecirá la buena voluntad de todos los hijos espirituales del Santo de Asís. El testimonio efectivo de un amor tan grande, por desgracia no siempre expresado suficientemente en el pasado, resultará para los hombres de hoy un mensaje auténtico de conversión y de vida nueva en Cristo hermano. 3. POR LA CREACIÓN signos de los tiempos en clave ecológica: La actual torna de conciencia del problema ecológico responde a la íntima solidaridad que debería existir entre Dios, el hombre y el cos– mos. Tal armonía, rota por el pecado y restau– rada en Cristo (cf. Rom 11, 15; Col 1, 20; 2 Cor 5, 19), ha quedado nuevamente a la merced del hombre, el cual mal-
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