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24 LOS MINISTROS DE LA ORDEN FRANCISCANA males están completamente en antítesis con el estilo de vida de aque– llos que empalman con la experiencia de los antiguos «penitentes de la ciudad de Asís» (cf. TC 37; AP 19). También en esto Francisco se muestra «maestro de vida evangé– lica» (1 Cel 37) con su enseñanza y con su modo de comportarse. El Pobrecillo se ha ganado perenne simpatía de manera especial por la coherencia en su renuncia a las riquezas y a las comodidades de la vida. El secreto de su éxito hay que verlo en aquel gesto con el cual, renunciando a toda seguridad terrena, se confió plenamente al Padre de los cielos y puso en El toda su esperanza (cf. LM 2, 4). A esta elec– ción se mantuvo fiel sin aflojamientos. Siguiendo el ejemplo de Francisco que fue siempre obediente, los franciscanos se hacen dóciles a la palabra de Dios y se ponen a dispo– sición de los hermanos. Deben sentir profunda gratitud hacia el Señor que se sirve también de ellos para obrar el bien y, en espíritu diaconal, deben mostrarse cada vez más generosos con aquella actitud de humil– dad tan preferida por el Pobrecillo de Asís. Recuerden siempre que el mismo Hijo de Dios vino para hacer la voluntad del Padre y fue obe– diente hasta la muerte para salvar al mundo. La plena dedicación a Dios, «sumo bien» (AlHor 11), y el servicio a los hombres requieren que los seguidores de Francisco sepan apre– ciar y practicar la castidad del propio estado (cf. EP 86), la cual hace libre el corazón y amplía hasta el infinito las dimensiones del amor. Rechazando cualquier forma de egoísmo y sublimando incluso las instancias sanas de las inclinaciones naturales, los franciscanos se encienden mayormente en caridad. Por otra parte, testimonian mejor su fe en los bienes de la vida futura v se convierten en admonición saludable para todos aquellos que se ;fanan por seguir fantasmas de felicidad terrena. amor 1nutuo y colaboración - En medio de una sociedad a menudo lace– rada por discordias a nivel familiar, nacional e internacional -sea por la dificultad real de conciliar las profundas divergencias de opinión o de cultura, sea sobre todo por una insanable avidez de acaparar bienes temporales-, los franciscanos deben mani– festar en medida eminente el amor recíproco en espíritu evangélico. Resuena amonestadora la palabra de Jesús: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos con otros» (Jn 13, 35). El estilo de vida de los franciscanos, llamados por Dios a vivir juntos en el amor sobrenatural y en la búsqueda común de la voluntad del Señor, se califica como fraternidad. El ideal de igualdad, de con-

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