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CARTA MENSAJE: «HE CONCJXIDO MI TAREA... » 23 miento los ideales que ha heredado del seráfico padre Francisco y que quiere transfundir, en fecunda ósmosis, a los hermanos hombres. ante todo, la fe - Ante todo, debe estar convencido de que «los cielos nuevos y la tierra nueva», objeto de la esperanza de la humanidad, son don de Dios y que el hombre, respecto a ellos, es cola– borador más que artífice solitario. Por ello, la fe deberá informar siempre la acción y jamás deberá ser pospuesta a las pretensiones de la mente humana o a la ilusoria eficacia de estructuras imponentes. Dios no necesita de grandes aparatos, sino que quiere fe incondicional por parte del hombre. o sea, el abandono total a su bondad. No de balde Él se sirvió de Francisco de Asís, pobre y humilde, para hacer grandes cosas, mientras quiso prescindir de los poderosos (cf. Le 1, 46-53). comunión con Dios - Al hombre de hoy, inmerso en el horizonta– lismo que deja de lado las aspiraciones a la trascendencia, Francisco tiene mucho que de- cirle. Su existencia estuvo empapada del sen– tido de Dios. Todos sus esfuerzos, de pensa– miento y de acc10n, tendían hacia Dios Padre en un «crescendo» de amor cada vez más envolvente. Este itinerario intenso, orientado al Padre mediante Cristo a través de una incesante conversión, se llama penitencia o metánoia. Si bien en proporciones diversas, todos los franciscanos deben sentirse comprometidos en este camino de per– fección evangélica. Su vida, si está llena de Dios, puede contribuir resueltamente a despertar de nuevo en el hombre actual una fructuosa tensión hacia lo sobrenatural y en especial hacia Dios, Padre y Provi– dente, meta suprema de las esperanzas humanas, aunque no siempre de forma explícita y consciente. pobres, obedientes y castos como Cristo - En un momento histórico dominado por preocupaciones económicas, el testimonio fran– ciscano de pobreza tiene un papel del todo peculiar que desarrollar. Los seguidores del Pobrecillo deben sentirse libres de los bienes fugaces y custodiar el corazón desapegado; no deben poner demasiado la confianza en obras materiales, que no sin frecuencia se demuestran contraproducentes; no deben adaptarse a la mentalidad industrial y consumista del presente siglo; no deben dejarse contagiar de ambi– ciones, ni condicionar por la manía de prestigio y de poder. Estos

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