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110 111 Ni avaricia tenía por ser bueno, ni ir más allá ni más acá. Lo era, porque tenía manos transparentes y la pulpa del alma estremecida. Era tan simplemente inteligente que llevaba en los ojos la verdad de ser sencillamente lo que era: un frailecito que aspiraba a bueno. Poco sabía: arriba se abre el cielo, el bien es el secreto de la vida, clara es la luz de Dios y oscuro el mal. Tan grande que pequeño parecía, tal vez, nunca advirtió que convidaba a vender paz y amor con su silencio.
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