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98 Ni la voz del mal ni la noche asustan. Siempre hay un fin limpio si se lleva, como una brasa ardiente, en las manos, un niño. Y con la vida a cuestas, tres: padre, madre, hijo. Ella, mimo; el padre, a pie, mide la noche; carne tibia, dormido, ¡El Niño!

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