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de los años los niños suelen olvidar la doctrina cristiana, es necesario que la instrucción se haga también a los adultos, escogiendo el tiempo más apto para ellos y explicándolo según la capacidad y el estado de cultura que posean los oyentes. Parece que esta obligación de los pár– rocos sea distinta de las anteriores y no se satisface acomulándolas en una sola 16 • El párroco en la enseñanza catequética puede pedir ayuda y co– laboración a los clérigos, miembros de la Acción Católica, catequistas y aún a los religiosos exentos", particularmente en sus propias iglesias. Se debe distinguir la predicacción sagrada de la instrucción ca– tequista. Aquélla se dirige más bien a los fieles que ya conocen la doctrina católica, exhortándoles a la práctica; ésta en cambio tiene por objeto enseñar a los niños, jóvenes o adultos ignorantes las principales verdades de la fe y de la vida cristiana según se compendian en los catecismos. En la institución catequista se explican estos breves textos de doctrina cristiana con orden, claridad y sencillez, aduciendo ejem– plos que ayuden a la mejor inteligencia de las verdades sobrenatu– rales y de los misterios. Jesús se acomodó a la capacidad de los habi– tantes de Palestina y para hacerles comprender el reino de Dios se servía de parábolas. Lo mismo hicieron los Apóstoles enseñados por el divino Maestro. A veces es más fácil componer un buen discurso o un tratado que un catecismo claro y compendioso. S. Belarmino solía decir que le había costado mayor trabajo componer el Catecismo que las Con– troversias. Cada uno como ha recibido la gracia de Dios la administre para ventaja de otros, como buenos dispensadores ele la multiforme gracia de Dios rn. Por que la enseñanza del catecismo es la más útil institución para la gloria de Dios y salud de las almas, es necesario prepararse bien para explicarlo, según la capacidad de los oyentes. El catequista será el sembrador evangélico que arroja la semilla en los tiernos corazones de los niños, y a su tiempo germinará. Dice Isaías: « Como baja la lluvia y la nieve, de lo alto del cielo y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla 16 Cf. CoRONATA, ofJ. cit., t. JI, p. 1 ; Can. 1334. GASPARRI, L 32:J. 19 I Petr. IV, 10. 7
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