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2() DOS RELACIONES INÉDITAS SOBRE LA MISIÓN CAPUCHINA DEL CONGO (121) Sin embargo no hay que confundir las dos relaciones. Desde luego la del P. Antonio es mucho más amplia que la de Pe– llicer; la primera parte de éste viene a reducirse a los 16 prime– ros capítulos de la Descripción narrativa, que abarca nada menos que 43. Asimismo la segunda parte de J. Pellicer tiene 16 ca– pítulos; mientras que la del P. Antonio tiene 21; y si, a decir verdad, muchos de los títulos de los capítulos de esta segunda parte casi coinciden en el enunciado, no sucede así en el fondo ni en la extensión. No olvidemos tampoco que cuanto el P. An– tonio describe lo hace por propia experiencia y según lo que ha visto. Con todo, forzoso es confesar que las dos relaciones coinciden sustancialmente en el relato de los acontecimientos desde mediados de 1646 hasta 164,9 en que se publicó la de J. Pellieer. Aún más; en los primeros capítulos de la Descrip– ción narrativa el P. Antonio ha copiado frases, expresiones y hasta periodos de J. Pellicer. Pero decir, como parece indicar el P. Mateo de Anguiano, que esos primeros capítulos son una copia, no puede sostenerse en manera alguna. Por otra parte el parentesco entre ambas viene perfectamente indicado en la si– guiente décima que se lee en los folios preliminares: e< Hov una tierra morena coro~ar su virtud ve por la planta de la fe del candor de una azucena. Quien su estación guarda amena es serafín, si menor, el influjo es superior; este libro hojas prepara, y si es de JosE la vara propia es de ANTONIO la flor ,i. Pero aun en aquellos capítulos en los que el P. Antonio ha copiado algo de J. Pellicer, ha añadido por su cuenta muchos pormenores y datos interesantes, sobre todo relativos al estable– cimiento y organización de las escuelas y de las congregaciones piadosas fundadas por los misioneros. En el capítulo XI habla <le estas últimas y con ello pone de manifiesto la vida pujante que llevaban los cristianos en el Congo. Para los cofrades com– puso el mismo uno de sus libros intitulado: De la oración con todas las meditationes para documento de los congregantes. Poi ser a nuestro juicio cosa rara, y desde luego curiosa e intere– sante, copiaremos en un apéndice separado los estatutos y leyes particulares por que se regían dichas congregaciones. Cuan– tos formaban parte de ellas asistían alternafrrnmente a la igle– sia; un día lo hacían los hombres y otro distinto las mujeres. c<Se les hacía una plática espiritual, y acabada, cada congregante decía postrado en tierra sus defectos públieos y pedía se le aplicase alguna penitencia para satisfacer a Dios por ellos, y el misionario que los asistía, le daba a cada uno una suave reprensión, exhortándolo a la virtud. Leíase alguna devota medi– tación de la Pasión de Cristo Señor nuestro o de los novísimos y tenían un rato de oración. Confesaban y comulgaban cada mes y en las festividades más prin• cipales. Cuidaban de dar aviso a los religiosos cuando había algunos enfermos, para que se les administrasen los santos sacramentos, y cuando moría para que

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