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(110) P. BUENAVENTURA DE CARROCERA 9 peligros de murte, etc., pudiese desalentar a algunos menos ani– mosos que se sintiesen con vocación a las misiones, cierra su narración con un tratadito en el que ha volcado todo su corazón de apóstol y su celo por la salvación de las ahnas: Breve tratado en que se ponen algunos motivos para despertar los animos y mover los corazones de los ministros evangélicos de Europa a piadosa compasión de la necesidad de los desamparados negros por que se esfuercen en ayudarlos en el negocio de su salvación. Consta de cinco párrafos ( los 23 a 27 de la Relación). En el primero (p. 188-190) expone « algunos argumenos aparentes con que muchos se excusan de trabajar en la conversión de los pobres y desamparados negros)) ; en el segundo (p. 191-197) responde «que las dificultades de la predicación evangélica de los etíopes no deben desmayar ni desalentar a los siervos de Dios y celosos de su gloria)); en el tercero y cuarto (p. 197-203) prueba «cómo a imitación de Jesucristo nuestro Redentor de– bemos estimar a los etíopes y ayudarlos en orden a su salva– ción)) y expone «otras razones que pueden mover el afecto a procurar la salvación de estas almas)). Finalmente termina esta parte parenética de su obra demostrando «cómo a los religiosos, principalmente a los de N.P.S. Francisco, pertenece el minis– terio de predicar a los pobres negros)) (p. 203-208). No necesitamos encarecer con muchas palabras la impor– tancia de esta Relación, pues salta fácilmente a la vista, tenien– do en cuenta que su autor narra cuanto ha visto y observado personalmente y lo hace con admirable sencillez y estilo fluido, sin extenderse en consideraciones morales o apologéticas, como lo solían hacer la mayor parte de los escritores de aquella época. Por otra parte casi nos atreveríamos a decir que es el histo– riador mejor documentado de cuantos han escrito sobre la ac– tividad de los primeros misioneros en el Congo. Los otros his– toriadores no han podido escribir la historia de los primeros años de la misión sino a título de información recibida de los misioneros. El P. Antonio de Teruel, de quien luego nos ocu– paremo.s, llegó al Congo en 1648, recogiendo las noticias de los años anteriores de boca de los misioneros que allí trabajaban desde los comienzos. J. Pellicer en su conocida y apreciada obra no hizo sino transcribir los datos que oyó de labios de los PP. Angel de Valencia y Juan Francisco de Roma, que habían sa– lido de la misión en 1646 y nada por consiguiente pudieron re– ferir de los dos años sucesivos. En cambio el P. Juan de San– tiago refiere cuanto ha presenciado y observado, los sucesos prós– peros como los adversos; conviene, es verdad, en el fondo con la descripción que nos hace J. Pellicer, pero enriquece su re– lato con otros pormenores más interesantes e importantes para la historia espiritual de la misión; en vez de detenerse en contar extensamente los acontecimientos políticos, atiende más a los trabajos apostólicos; en vez de describir muy detalladamente

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