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-- 84- PLUS ULTRA! en la cooperación personal, es decir, en enviar m1s10neros a la viña de Señor; porq1w la mies es mucha y los opera,rios pocos. Legiones de protestantes y mahometanos se lanzan a la conquista del mundo infiel; con mayor motivo los católicos debemos en– grosar las filas de, ese ej{;rcito misionero que se extiP1Hle por las cinco partes de la tierra y como el Macedonio pid~, a voz en grito nuevos opera,rios. Transiens . .. adjuva nos (1 ). Suseitar vocaciones misioneras, Pnviar campeones de la fo, será un timbre de gloria para h1 Bspaña actual como lo fné en los tiempos pasa– dos. Nación escogida por Dios para dar al viejo mundo mwvos continentes e incontables hombres; cuna, <le conquistadores auda– ces y de misioneros insignes que, juntamente con Pl Pendón de Castilla y de León, llevaron los esü1ndartrn, del Pilar, Covadonga y Guadalupe, y plantaron la Crnz redentora en multitud de pueblos y naciones que doblaban la rodilla ante clanes y fotiehes; derramaron torrentes d,~ luz y de grncia sobre las sombras de la muerte e infundieron vida Pn los áridos huesos del gentilismo. « Dios, dice .:VCenéndez y Pelayo, nos <lió el destino más alto entre los destinos de la historia humana: el completar el pla– neta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Una rama, de nuestra, raza forzó el cabo de las Tormentas interrumpiendo el snefio de Adamastor, y revel<Í los misterios del sagrado Gan– ges, trayendo por despojos los aromas de Coilán y las perlas que adornaban la cuna del Sol y el tálamo de la aurora. Y la otra rama fné a prender en tiierrn intacta aún de caricias humanas, donde los ríos eran como mares y los montes veneros de plata, y en cuyo hemisferio brillaron estrellas nunca inmgina,das por Tolomeo ni por Hiparco. Dichosa edad aquella ele prestigios y maravillas, edtul de juventud y robusta vida. Espafia era y se creía el pueblo de Dios, y cada español como otro .T osué, sentfa en sí la, fe y el ali<>nto bastante para derrocar los muros al son de las trompetas, o para atajar al sol en su carrera. Nada parecía ni resultaJm imposible: la fe de aquellos hombres que par(~cfan guarnecidos dn triple lámina de bronce, era la fe que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba gtrnrdado el hacer sonar la palabra de Cristo en las rmis bárbaras gentilidades; el hnndir en el golfo de Corinto las soberbias naves d<>l tirano de ,1ct. XYI, v.

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