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¿y permanec(>is inertes ~1nte la copio:m mies que se pierde por falta de operarios? El mundo se agita, la ciPncia progresa, las ener– gías se multiplican de día en día; el mundo moderno corre del vapor al aeroplano, del telégrafo a la radio, de un invento a otro ¿y vosotros, ante los grandes problemas misionales, ante las importantes incógnitas del mundo religioso, os mecéis en un dolce far niente que hace improductiva vuestra vida, secerdotal o religiosa? ¿ Han pensado seriamente esos tales el precepto formal de ,Jesucristo; Euntes docete omnes gentes? ¿Han meditado el valor de las almas inmortales, la universalidad <le la Reden– ción, en las propiedades y finalidad de la Iglesia, en la doctrina paulina del cuerpo místico de Cristo'? Pero el trabajo aislado es de escaso rPn<limiPnto; para explotar los grandes filones, en !tivar extensas úreas de terreno, se necesita el trabajo colectivo, la unitÍn rle fuerzas, la organi– zación. En la sociedad moderna se organizan lüi, obreros, los patronos, los deportistas, todas las clases profesionales. ¿ Y no es más necesaria la federación de fuerias) la organización de trabajo para la resolución de los importantísimos problemas misionales? Es 11ecpsaria la unión y organi:.mci6n en la propa– ganda, en la acción, en el estudio, en tollo. Unirnos y organizarnos, en nombre <l<> tantos millones de infieles que piden les alimentemos con el pan de vida eterna y saciemos su sed con la sangre redentora, vertida a torrentes en la cima del Gólgota; nnirnos y organizarnos, en nombre de la Iglesia que nos ha armado soldados de Cristo para la conquista universal del mundo; unirnos y organizarnos, en nombre de la ciencia divina y sagrada de la, salvaci6n del mundo que debe iluminar a todos los que están sentados en las tinfoblas del error y en las sombras de la muerte. El trabajo, la unión y organizacitÍn suponen estudio, cono– cimiento de c1tusa, de finalidad, de métodos, de principios; re– quieren sembrar inquietudes, excitar entnsiasmos, unir voluntades, dirigir energías, liJsto no se puede sin estudio, sin ciencia que dirija todos nuestros pasos hacia los ideales preconcebidos. No basta que la locomotora esté preparada, las mercancías prontas, los viajeros dispuestm;, se necesita el inteligente maquinista que dirija el movimento, que modere la marcha, que conduzca el tren por los rieles hasta descansar seguros en el término del viaje. En esa, marcha acelerada no basta recorrer algunos kilóme– tros, dar algunos pasos hacia, adelante; se necPsita la constancia hasta el fin; quia finis ratio caeterorum. Por solo el 1in se adoptan

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