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aquí abajo, en ln:; estrechos iímites 1 y lugar, Ella mira al in- finito. Y en esta trascendental pDsíción de la Iglesia, sus principios de moral, de justicia, de bondad, de amor, constituyen el fundamento de aquella pas– toral práctica y directriz que resguarda las almas preventivamente de las falace:s tendencias del mal y las orienta sobre el camino que conduce al reíno de Dios, esto es, a la salvación. "No tenemos nuestra mansión permanente aquí abajo -ha dicho San Pablo-, sino que buscamos la futura'·. Pasarán los siglos, las civilizaciones se sucederán, nuevas formas políticas y sociales dirigirán los pueblos, y los buenos repetirán la invocación del ansia cristiana: "iVenid, Se– ñor!''. Es la eterna tendencia hacia un mundo mejor. Y es que la alimenta en el verdadero cristiano un vivo deseo de la vida eterna que ya posee, en cierto sentido, por medio de la gracia santificante. La predicación, en el estudio y en la defensa de esta situación particular del cristiano en una sociedad que querría prescindir de lo sobrenatural del Evangelio, debe explicarle que él, el cristiano, no puede eomportarse y obrar como aquellos otros "qui spem non habent". Es preciso que que ame, que viva de muy distinta manera. En los albores del cristianismo, el verdadero seguidor de Cristo, que se diferenciaba del resto de los hombres por la práctica de la nueva ley. fue acusado de odio al género humano, y arrojado a las bestias para pasto de las mismas. Los tiranos de todos los tiempos, incluidos los modernos, se obs– tinan en hacer figurar al Cristianismo como enemigo de las naciones, de las razas, de las clases, de las revoluciones, y condenan a sus miembros a los campos de concentración, al exilio, a la muerte. Se puede, por tanto, comprender cómo el cristiano, en medio de tantas violencias y oposiciones, deba aspirar a la única cosa necesaria, dando ::,rueba de ser verdaderamente hombre que trabaja, con mayor ardor y con más efica– cia que los otros, en pro de los mismos intereses terrenos. Siendo todo de Dios, está al sevicio del mundo, que es obra de Dios: porque solam::mte los que traicionan a Dios traicionan también al mundo. En las páginas del Evangelio esta lección de moral práctica está clara y resplandeciente. Cristo no se rebela contra el Imperio Romano, mas pre– dica el reino de los cielos; no condena las riquezas, pero tiene palabras de fuego contra los ricos avarientos; no habla de la abolición de clases, pero manda a los hombres que se amen. Así la Iglesia, consciente de los trágicos problemas que se plantean hoy a la humanidad, reafirma que su misión es espiritual, y que toda reforma, in– cluso en el campo político y social, debe ser ante todo espiritual, para que resulte eficaz. Abatir los ídolos de la carne, frenar las concupiscencias del corazón, dominar las pasiones, borrar el pecado en la vida, es duro, difícil y exige voluntad enérgica y determinación resuelta; pero podrá lograrse con la gracia y la misericordia de Dios, que nunca faltan. Explicar esta economía divina de la gracia, penetrar los secretos del co– razón humano para infundirle los tesoros de bondad y de amor del Co– razón de Dios, y asegurar a la humanidad una orienta.ción CO'lforme a las leyes elevadoras del Evangelio, es el objeto de la predicación. 68
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