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La escalera o el ascensor de la casa sirven de paso obligatorio, frecuentemente sin saludos ni sonrisas. Mu– chos conocen el nombre de sus vecinos sólo por la tarjeta de los buzones de correos del portal. Esta nueva modalidad de existencia trastorna por completo la psicología de quienes estaban acostumbrados a otros sistemas de vida, que no eran precisamente el rui– do del ascensor, sino el encuentro fraterno, la ayuda mu– tua y el conectar sus problemas con el medio ambiente. Así encontramos un sinnúmero de personas, familias incluso, ahogadas por una niebla de nostalgia, clausura– das por una soledad acongojante en el propio "piso– colmena" de la gran ciudad. Y lo que se resolvería con amistad y con un poco de calor humano y con sol, se pre– tende solucionar con la visita al médico o con fármacos. En esta soledad, que es una auténtica prueba de la vi– da, a muchas personas no les queda más que la confianza absoluta en Dios. Una vez más el hombre está contradi– ciéndose a sí mismo. Mientras por una parte hacemos gárgaras con palabras como "fraternidad", "unión", "hermandad"..., la civilización industrial que hemos creado, pone un muro frío entre cada ser humano. La Carta Apostólica "Octogesima adveniens" decla– ra como remedios inmediatos y urgentes la creación de centros de interés a nivel de comunidad, encuentros espi– rituales donde crear nuevamente relaciones fraternas que se perdieron. Frente a este dolor de tantos, Jesucristo es "Dios– con-nosotros", que vino a crear relaciones humanas y di– vinas. De nuevo es preciso abogar por el auténtico huma– nismo cristiano, cuyo obstáculo mayor pudiera ser la fría sociedad industrial y de consumo, sin alma, que hemos creado. 92

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