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poner tu cuerpo perdido y las mismas crías te mancharán, Cristo de la ermita solitaria. Si fuera un nido de golondri– na o de petirrojo, tan bonitos, tan caseros, que tienen le– yendas emocionantes de espinas y sangre en ,tu pasión, pero... ¡un cuervo! Aunque yo pienso que las golondri– nas y los petirrojos lo manchan todo también. No es tan– ta la carga de leña de su nidito de paja y barro, pero..., puestos a imaginar, tampoco te proporcionarían tanto ca– lor sobre los hombros como este nido de cuervo... ". ¡ Cuántas personas de mala fama madrugan cada día para acercarse a Ti, Señor, como este pájaro de la carro– ña, para colocar sobre tus espaldas la carga de sus vidas! Nosotros, tus amigos, celosos de lo limpio, a veces, las es– pantamos, porque no sabernos de ellas más que los graz– nidos de sus escándalos o la suciedad de su vida social. ¡ Qué vergüenza, decimos, vienen a manchar el templo con su presencia.. ! Aquél es un blasfemo, ésta una prostituta o un injus– to o un ladrón ... ¡Vaya pajarraco! Pero vienen a Cristo buscando un huequecito entre sus hombros para recons– truir sus vidas y, en ocasiones, no les dejarnos sitio los que nos llamarnos amigos de Jesús. ¿Para qué se ha quedado Jesús en la cruz, sino para servir de refugio y acogida a inocentes avecillas y feos pa– jarracos.. ? "No he venido a llamar a la conversión a jus– tos, sino a pecadores". (Luc. 5,32). Y a la hora de la ver– dad, ¿qué pájaro, quién de nosotros, no ha manchado al– guna vez el cuerpo de Jesús? Nadie ha de monopolizar o defender a Cristo como si fuera sólo suyo, de qciien se cree limpio, cuando tam– bién él está manchado con el pecado de "su creída limpie– za" e impide así al Redentor hacer amigos entre los ma– los. Algo así como el santero de la ermita que permitiera 63
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