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19 El cuervo de la ermita. Una norma para vivir limpiamente la existencia es abstenerse de descalificar moralmente a nadie. "No lla– mes a nadie «raca», «imbécil o renegado», dice Jesús". (Mat. 5, 22). Y añade: "El que de vosotros esté sin peca– do que tire la primera piedra". La impureza de la prostituta y la soberbia del fariseo son igualmente pecado, con la diferencia de que la prime– ra reconoce lo que es, y el segundo, por lo general, no. Por eso puede ocurrir, como dice Jesús, que las "prosti– tutas nos precedan en el reino de los cielos". No hay en el cristianismo lugar para la autosuficien– cia, sino para la humilde confesión. Mientras permanece– mos en este mundo estamos ligados al pecado, al desfalle– cimiento moral y a la imperfección. Cerca de Varsovia hay en el pórtico de una vieja er– mita un Cristo de tamaño natural; un "pajarraco", un cuervo había madrugado con los primeros soles de mayo para construir su nido al amparo de las espaldas desnudas y sobre la nuca del Cristo. Los cuervos tienen mala leyen– da. Son las aves de la carroña, visten de negro riguroso y cantan con un graznido desagradable. Los hizo el Crea– dor poco favorecidos; ni una mota de colorido en su plu– maje ni una cadencia en su canto. Sobre la misma cabeza del Cristo y como prolongan– do el capacete de espinas, el cuervo fabricó su nido. "Este asqueroso pajarraco -pensó el santero de la ermita- va a 62
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