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quiere. No aparece como ella es, sino tal como los hom– bres las vemos. Siempre que se margina a la mujer en la Iglesia, se perturba nuestra experiencia de Dios. Con ella al lado co– nocemos mejor a Dios. Desviándola a trabajos margina– les, nos empobrecemos. El día que la mujer adquiera en el ámbito de la Igle– sia la espontaneidad de su fe y de su entrega, veremos co– sas maravillosas, nuevos carismas y mejores y más pro– fundas dimensiones de Dios. La experiencia religiosa fe– menina está en la raíz de la Iglesia, pero buscando todavía la expresión que le corresponde. Hombre y mujer los creó Dios, para todo. 56
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