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ella y al bebé, o corre caminos de emigracion. Y el niño fue alumbrado en la soledad. ¡Pobres niños inocentes! Y como Jesús y María recibieron visita de pastores y ángeles y Reyes, a mí me da por imaginar que muchos ni– ños nacieron esa noche en el ancho mundo, sin visita de nadie. Ni al día siguiente tampoco. Y estarán en peores condiciones de compañía, en el carromato, en la cuadra, o en el rincón de una casa en ruinas o en el chozo, que la Familia Santa de la Cueva de Belén. ¡Pobres inocentes! Y como Jesús estuvo poco tiempo en el portal de Be– lén, porque marchó pronto con sus padres a su casa de Nazaret, yo contemplo a muchos niños que nacieron en 24 de diciembre a las doce en punto de la noche, vivir to– da su infancia bajo el mismo techo ruinoso, en la misma casa ambulante o en la choza de latones que les acogió, y en condiciones de más desamparo que la familia de Jesús. ¡Pobres inocentes! Y como nunca he creído que al Niño Jesús y a sus pa– dres les llevaran los pastores ni tantos quesos, ni tantas cestas de huevos, ni tantos pavos, ni tantos requesones, como a los pintores les ha dado la gana de poner en los cuadros, en esto Jesús es igual a muchos niños pobres que tampoco reciben presentes de nadie cuando nacen. ¡Po– bres e inocentes! Y como no sé responderme qué harían José y María con el oro, el incienso y la mirra que ofrecieron los Magos al Niño, estoy pensando que no son precisamente esos dones lo que necesitan los pobres a quienes les ha nacido un niño en la medianoche de Navidad, sino trabajo para el padre o casa. ¡Pobres inocentes! Desde el Evangelio, Dios ha mandado hace mucho tiempo que los ángeles de estos nacimientos de niños ino– centes, seamos precisamente los hombres. 383

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